Hoy quiero compartir contigo la reflexión sobre lo que implica el Reino de Dios publicada por Fray Marcos.
EVANGELIO: Mc 7,31-37
31. Dejó Jesús la comarca de Tiro, pasó por Sidón y llegó de nuevo al mar de Galilea por mitad del territorio de la Decápolis.
32 Le llevaron un sordo tartamudo y le suplicaron que le aplicase la mano. 33Lo tomó aparte, separándolo de la multitud, le metió los dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. 34 Levantando la mirada al cielo dio un suspiro y le dijo:
- Effatá (esto es: "Ábrete del todo").
35 Inmediatamente se le abrió el oído, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. 36 Les advirtió que no lo dijeran a nadie, pero, cuanto más se lo advertía, más y más lo pregonaban ellos. 37 Extraordinariamente impresionados, decían:
- ¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
REFLEXIÓN PARA LA VIDA:
Si no veo a Dios en el otro, mi Dios es un ídolo.
Si queremos que El Reino de Dios llegue a los marginados antes de
haber entrado nosotros en él, caemos en la trampa de la programación.
Mientras no cambiemos nosotros, por mucha atención que reciban los que
sufren, no ha llegado el Reino de Dios, ni para nosotros ni para ellos.
Para el mismo Jesús, desde una perspectiva del AT, la señal de que el
Reino de Dios ha llegado, es que los sordos oyen, los cojos andan, los
ciegos ven, y los pobres son evangelizados. Aquí encontramos la clave de
interpretación del relato. El Reino consiste en que los que excluimos
dejemos de hacerlo, y los excluidos dejen de sentirse excluidos a pesar
de sus limitaciones.
El objetivo de Jesús no es erradicar la pobreza o la enfermedad, sino
hacer ver que hay algo más importante que la salud y que la
satisfacción de las necesidades más perentorias. Sacar al pobre de su
pobreza no garantiza que lo hayamos introducirlo en el Reino. Pero salir
de nuestro egoísmo y preocuparnos por los pobres, puede hacer que el
pobre descubra el Reino de Dios.
Si el reino de Dios no se manifiesta en nuestra relación con los más
débiles, es porque no ha llegado a nosotros todavía. Con el evangelio en
la mano, no podemos pensar en un Reino de Dios puramente espiritual. Ya
hemos dicho muchas veces que una relación auténtica con Dios es
imposible al margen de una preocupación por los demás. Creer que podemos
servir a Dios sin darnos a los demás es una falsa ilusión.
Los cristianos no hemos aprendido la lección, ni como individuos ni
como iglesia. El ejemplo de Santiago, dentro de su simplicidad, es
esclarecedor. ¿Quién de los aquí presentes aprecia más a un andrajoso
que a un rico? ¿Qué sacerdote, incluyéndome a mí, trata mejor a los
pobres que a los ricos? La conclusión es clara: el Reino de Dios aún no
ha llegado a nosotros.
¡Ábrete! Sería también hoy el grito que nos lanzaría Jesús. El
mensaje de Jesús tendría que operar en nosotros los mismos efectos que
tuvieron su saliva y su dedo en el sordomudo. Todos tenemos de algún
modo los oídos cerrados y la lengua atada. Escuchar es la clave para
descubrir cuál debe ser mi trayectoria en la vida.
La postura de cerrarse a la Palabra, es mucho más común de lo que
solemos pensar. El miedo a equivocarnos nos paraliza. Un proverbio
oriental dice: si te empeñas en cerrar la puerta a todos los errores,
dejarás inevitablemente fuera la verdad. Todos estamos, de alguna
manera, en esa actitud.
El episodio de hoy nos debe hacer reflexionar. Todos tenemos que
abrirnos a la verdad y tratar de comunicarla a todos, llevándoles un
poco de ilusión para seguir adelante.
Puede ser interesante recordar lo que Jesús dijo en Jn 10, 9: "Yo soy
la puerta, el que entre por mí quedará a salvo, podrá entrar y salir y
encontrará pastos". Pero, "puerta" se puede entender como el hueco que
permite el acceso a una estancia o el elemento material que girando
sobre unos goznes puede permitir o impedir el paso.
El contexto de la cita deja claro que se trata de la apertura para
entrar y salir. Pero por desgracia utilizamos a Jesús como el elemento
giratorio que nosotros utilizamos para dejar entrar o para impedir el
paso a la intimidad de Dios. Con mucha frecuencia, hemos cerrado la
puerta y nos hemos guardado la llave. También lo advirtió Jesús: ¡Ay de
vosotros escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los demás las
puertas del Reino de los Cielos! Ni entráis vosotros ni dejáis pasar a
los que quieren entrar (Mt 23, 13).