Según los Evangelios, la actividad de Jesús en Judea, Galilea, Samaría no fue la de un moralista ni predicador demagogo. Fue la de un apasionado de y por la vida:
A la hemorroisa la sacó de su sepulcro interior consumida por la angustia, el miedo y desesperación.
Incorporó a la sociedad a los que la sociedad había expulsado, como impuros, malditos de Dios.
Liberó a los poseídos por ideologías opresoras y demoniacas.
Iluminó los ojos vacíos.
Animó al pueblo a que despertara y se deshiciera del andamiaje al que le tenían maniatado los jefes religiosos.
Enseñó a los que tenía más cerca a dar de comer a un pueblo con hambre.
Enseñó a los que tenía más cerca a dar de comer a un pueblo con hambre.
Para Jesús, hasta las tumbas y las cárceles guardaban esperanza, novedad, y el Reino de Dios.