Es natural que tengamos algo de miedo, sobre todo a los desafíos y a
la novedad, a nuevas personas o relaciones, a nuevos lugares y realidades, etc.
El “miedo” del que hablo ya no es natural, sino una enfermedad contagiosa y perniciosa.
En la actualidad, social y personalmente hablando tenemos miedo de la pobreza,
por eso robamos y queremos tener más y más; tenemos miedo a ser ignorados u
olvidados, por eso hablamos de más y publicamos cualquier cosa en las redes; tenemos
miedo del hambre, por eso comemos en exceso, muchas veces “comida chatarra”; tenemos
miedo a la realidad que nos rodea, por eso nos drogamos y embriagamos; tenemos
miedo a ser tomados por débiles, por eso gritamos y agredimos al que se cruza
por nuestro camino.
Tenemos miedo de no ser amados, por eso somos infieles
metiéndonos con todo el mundo y con cualquiera; tenemos miedo de la soledad y
el silencio, por eso hacemos ruido y escuchamos música estridente; tenemos
miedo al amor sincero y real, por eso preferimos novelas e historias de amor,
que de real no tiene nada; tenemos miedo a ser libres, por eso nos acomodamos e
instalamos en lugares, cargos, puestos, títulos y utilizamos personas; tenemos
miedo a la verdad, por eso mentimos y engañamos descaradamente; tenemos miedo a ser marginados y excluidos y
perseguidos por defender el bien común y la justicia, por eso no decimos nada
al ver las injusticias y la corrupción en todos los rincones…en realidad,
“tantos miedo engaños y farisaicos”.
Esta enfermedad del miedo que lleva al sin
sentido no tiene otra cura que en Jesús. Por ello, invito a leer y reflexionar,
las palabras de Jesús de Nazaret en Mt. 5, Mt. 23 y Mt. 25, 31. En el interior
del hombre resuena insistentemente el AMOR. El amor perfecto y verdadero echa
fuera el temor y libera de la esclavitud.