Cristocentrismo Franciscano



Nos acercamos al día en que la Iglesia celebra la solemnidad de la Inmaculada Concepción, patrona de la Orden Franciscana, ocasión propicia para recordar y meditar el significado de María santísima en la historia de la salvación. La figura de la Inmaculada Concepción de María tiene que ver con la figura de Cristo, Rey del Universo. La Orden franciscana jugó un papel importante, decisivo, en la difusión de la doctrina, consagrada como dogma, de la Inmaculada Concepción. Fueron los franciscanos quienes principalmente en Europa y en América Latina enseñaron al pueblo a saludarse diciendo “Ave María purísima”, cuyo significado es precisamente “Ave María Inmaculada”. Y, mucho antes, fueron los franciscanos, en especial el beato Juan Duns Escoto, los que defendieron el llamado Cristocentrismo, o sea la doctrina según la cual  la creación tiene su razón de ser en la persona de Cristo.

Si se trata de celebrar el dogma de la Inmaculada Concepción, la Escuela Franciscana tiene mucho que decir a los cristianos de todo el mundo y, por lo tanto, también a los cristianos de nuestra patria, evangelizada en gran parte por los misioneros franciscanos. El Cristocentrismo franciscano, poco conocido, constituye uno de los pilares de la doctrina franciscana sobre la persona y la misión de Cristo y sobre la persona y misión de María.

Una pregunta podría orientar la lectura de lo que a continuación se dice: ¿por qué se encarnó Cristo? Es decir, ¿por qué el Verbo del Padre se hizo hombre? 
Todas las cosas tienen un por qué; todos los acontecimientos tienen un por qué. Por ejemplo, las canciones: me vienen a la memoria dos canciones muy conocidas, una de autor mejicano, Juan Gabriel, dedicada a su madre: “Amor eterno”, y otra, de autor peruano, Adrián Flores, dedicada a una dama, conocida por el autor y, creo yo, desconocida para la gran mayoría: “Alma, corazón y vida”. Ambas canciones son composiciones musicales, tienen un autor y una destinataria. Lo que importa destacar es el hecho de que, sin destinatarias, las canciones, es decir, las composiciones no existirían: las destinatarias son el “por qué” o el “para quién” de las canciones. De igual manera la Encarnación de Cristo tiene un por qué.
Ahora bien, el universo, en su totalidad es una composición; el universo tiene un autor: Dios; el universo tiene una razón de ser: Cristo; el universo tiene un destinatario: Cristo. El autor, Dios; “compone” el universo por Cristo y para Cristo. Sin Cristo, el universo no tiene sentido; no tiene razón de ser; no existiría. Lo dice san Pablo: “todo fue hecho por Él y para Él (por Cristo y para Cristo)”, (Col 1,15-20).

1.- El universo es una “composición”.    

Así como una composición musical tiene sus acordes, así el universo tiene su armonía; tiene sus leyes. Einstein, un judío (es decir, un creyente en Dios) y científico, escribía a Max Born y le decía: “tú crees en un Dios que juega a los dados, y yo en la ley y en el orden absolutos en un mundo que existe y al que, de manera alocadamente especulativa, estoy tratando de capturar… Ni siquiera el gran éxito inicial de la teoría cuántica me hace creer en el juego fundamental de los dados, aunque sus colegas más jóvenes interpretan esto como signo de senilidad”. Einstein estaba convencido de que el universo es un todo armónico, una composición en la que nada es dejado al azar. Toda su vida o, por lo menos, gran parte de su vida de científico, Einstein la dedicó a elaborar una teoría que explicara el comportamiento del universo. Él estaba convencido de que el universo es fruto de una inteligencia, la de Dios que planificó y compuso el universo de una manera determinada y no del azar o casualidad.

Otros piensan que Dios sí juega a los dados. Piensan que el comportamiento del universo se asemeja a un juego de “azar”, en el que las reglas están dadas y son conocidas, pero que se puede y se debe admitir en él un lugar para el “azar”, como cuando, por ejemplo en un juego, se reparten las cartas o se tiran los dados. Y así, el universo se explicaría, en parte, por la necesidad de las leyes y, en parte, por el azar.

De todas maneras, ningún científico pone en duda la vigencia de ciertas leyes que son precisamente el objeto de estudio del científico. Y son estas leyes las que permiten afirmar que el universo es una “composición” inteligente. 
Pero las leyes físicas no son las únicas. También la vida tiene leyes: el  ser viviente, desde el más simple organismo hasta el hombre, ostenta una extraordinaria armonía, que es materia de estudio para biólogos, filósofos y otros. Y ahí está, además, la ley moral, que introduce el orden en el interior del hombre y entre los hombres: un filósofo de la talla de Immanuel Kant llega a decir: “Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes, cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí”. El “cielo estrellado” hace referencia al orden existente en el universo físico. La “ley moral” hace referencia a los principios que el hombre encuentra en la propia conciencia. La inteligencia encuentra principios de orden y armonía en el mundo físico, en el orden moral..., en todas partes.

El universo, se dijo, es una composición. Pero, a diferencia de toda otra composición, no consiste en tomar cosas existentes y ensamblarlas. La composición del universo se lleva a cabo sin que exista algo previo al universo. La composición del universo es una creación.

2.- El autor del universo es Dios.

Dios es el sumo Bien. El bien, por su naturaleza, tiende a difundirse, tiende a comunicarse. El bien es algo que rebosa y rebalsa; algo que, sin dejar de ser lo que es, se comunica. Y Dios, que es el sumo Bien, tiende a comunicarse de la manera más perfecta.

Lo cual significa que Dios es amor. Ahora bien, Dios, que es amor, desde toda la eternidad, desde siempre, desde que es Dios, quiere comunicar-se. Y quiere comunicarse de la manera más perfecta. Comunicarse de la manera más perfecta es realizar algo (alguien) que, sin ser totalmente Él, es tan perfecto que más perfecto no puede ser y que menos perfecto tampoco puede ser.
Dios, desde toda la eternidad, quiere la existencia de una criatura capaz de recibir todo el amor infinito del mismo Dios y capaz de devolverle ese amor de la manera más perfecta posible para una criatura.
Es decir, Dios, Amor, desde toda la eternidad, desde que es Dios, desde siempre, quiere la existencia de un co-amante perfecto: una criatura digna de su amor infinito; una criatura a quien amar de la manera como sólo Dios puede amar; una criatura que sea capaz de amarlo y que de hecho lo ame de la manera más perfecta posible para una criatura. Aquí encontramos el porqué de la Encarnación. Esa criatura, ese co-amante, es Cristo. Y para que existiera tal criatura, Dios crea el universo. Y el universo es para Cristo.

3.- El por qué del universo es Cristo: “Todo fue hecho por Él…”

El cristiano, por su fe, cree en Cristo.  Creer en Cristo significa aceptar que Cristo es Dios y es hombre. Creer en Cristo significa aceptar que Cristo es Hijo de Dios y es hijo de María.
A veces se oye decir o se lee que Cristo es Dios encarnado. Esta expresión puede resultar ambigua: podría pensarse que el Hijo de Dios tomó sólo carne o cuerpo, de María. Pero no es así. El Hijo de Dios tomó o asumió, en María, la humanidad, es decir asumió cuerpo y alma, es cuerpo y espíritu. (Espíritu es inteligencia y voluntad). Y así Cristo es Dios y es hombre. En Cristo se da la Divinidad que, en cuanto tal, es increada: Cristo es Dios. Y en Cristo se da la humanidad que es creada: Cristo es hombre.
La unión de la Divinidad y de la humanidad es un “hecho” que se da en el espacio y en el tiempo. Y todo lo que es hecho, todo lo que se da en el espacio y en el tiempo, es una criatura. La unión de la Divinidad y de la humanidad en Cristo es una unión creada. Por eso  Cristo, Dios y hombre, es una criatura de Dios.

Ahora bien, la Cristología franciscana, sistematizada por el Doctor sutil, el Beato Juan Duns Escoto, dice que Dios, al hacer a Cristo, pone en juego toda su sabiduría, toda su omnipotencia y todo su amor. 
Pone en juego toda su sabiduría: Dios no sabría hacer una criatura más perfecta que Cristo.  Pone en juego toda su omnipotencia: Dios no podría hacer una criatura más perfecta que Cristo.   Pone en juego todo su amor al no saber ni poder hacer algo más perfecto que Cristo; nada puede ser más digno de su amor que la realidad de Cristo y, por lo tanto Dios no sabe, ni puede amar, ni ama a otra criatura más de lo que ama a Cristo. Y, a Cristo, Dios no puede amarlo más de lo que lo ama. Ni tampoco puede amarlo menos de lo que lo ama. Y no hay criatura que pueda amar, que ame a Dios, más de lo que lo ama el mismo Cristo. Cristo es el co-amante perfecto de Dios.
Todo esto quiere decir que Cristo es el Summum Opus Dei: la obra maestra de Dios. Dios, que es amor, produce una criatura tan perfecta como Cristo, que es Dios y es hombre. Una criatura más perfecta que un Dios-Hombre no es posible. Una criatura, fruto de una comunicación perfecta de Dios, no puede ser menos que un Dios-Hombre. Dice, en efecto, san Pablo: “pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la plenitud…” (Col. 1,19).

Y para que existiera tal criatura, Dios crea la humanidad entera, porque esa criatura debía ser Dios y Hombre. Y por la misma razón crea el reino animal, el mundo de la vida y el universo entero. Es decir, crea el universo, en el cual posteriormente surge la vida que posibilita el reino animal, parte del cual es la humanidad en cuyo seno, en la plenitud de los tiempos, hace su aparición Jesús, nacido de María.

Por eso, el Cristocentrismo franciscano afirma y sostiene que la razón del universo se halla en Cristo. El fundamento de tal afirmación se halla en la Biblia, más precisamente en san Pablo: “Todo fue hecho por Él”.
La frase “todo fue hecho por Él” no significa que Él (Cristo) lo haya hecho todo; sino que hay que entenderla como cuando alguien dice a otro: “mira, lo hago por ti”: Dios hace el universo por Cristo.
Y lo hace para Cristo. Todo esto no es una consecuencia de lo que dice san Pablo, sino que es lo que dice san Pablo: “Todo fue hecho por Él y para Él”. El universo, considerado como una composición, tiene su razón de ser en Cristo.    

4.- El destinatario del universo es Cristo: “todo fue hecho… para Él”.
Una tal composición exige autor y destinatario singulares, especiales. El autor es nada menos que Dios. El destinatario no podía ser sólo el hombre, individual o colectivamente tomado. El destinatario es un Dios-Hombre: Cristo. Por eso dice san Pablo refiriéndose a Jesús: “convenía, en verdad que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria…” (Heb. 2,10). Nosotros somos para Cristo y Cristo es para Dios. Afirmar que la creación, el universo, tiene su razón de ser en el hombre, es un antropocentrismo; afirmar que la razón de ser del universo es Cristo, es lo que se llama Cristocentrismo.

5.   Consecuencias

La existencia de Cristo estaba prevista desde toda la eternidad. La razón de la existencia del universo es Cristo. El destinatario del universo es Cristo.

5.1    Por tanto, la existencia de Cristo no se debe al pecado del hombre.
La existencia de Cristo es independiente del pecado del hombre. No es lógico pensar que la obra maestra de Dios -el Summum Opus Dei- deba su existencia al pecado del hombre. Es decir, aún cuando el hombre no hubiera pecado, Cristo, “en la plenitud de los tiempos”, debía venir nacido de María. Esto no significa negar la redención del hombre por Cristo. Cristo vino para redimirnos, es decir, vino también para redimirnos.
5.2   Cristo es imagen visible de Dios invisible
Dios es amor increado e invisible. Cristo es amor creado y visible. Dice san Pablo: “Él es imagen de Dios invisible” (Col. 1,15) 
Cristo es imagen de Dios. El hombre es imagen de Cristo. Ya un padre de la Iglesia, cristiano y gran teólogo, Tertuliano (160-240 d.C), decía: “Cuando Dios plasmaba al hombre con el limo de la tierra, estaba pensando en Cristo, el hombre futuro” (“quodcumque limus exprimebatur, Christus cogitabatur homo futurus”, De carnis resurrec. 6, PL 2, 282).

Cristo es el co-amante perfecto de Dios. Los hombres son imagen de Cristo: los hombres están llamados a ser co-amantes de Dios para que, en cuanto co-amantes de Dios, sean, como Cristo, imagen del mismo Dios que es amor.
Y porque el hombre se apartó de esa vocación, la de ser co-amante de Dios, Cristo asume el papel de Redentor: porque es co-amante de Dios y por amor a Él redime al hombre para volverlo a su vocación fundamental, la de ser también él, el hombre, co-amante de Dios.  De todas maneras es necesario tener en cuenta que no se trata, por así decirlo, de tres “decretos” de Dios: primero, en el tiempo, el de la creación, segundo el de la Encarnación y, tercero, el de la redención. El misterio es uno solo: Creación,  Encarnación y Redención.

5.3   Cristo es el “Primogénito de todas las criaturas”.
Cristo es el primogénito de todas las criaturas, no porque sea el primero en aparecer, sino porque es el primero en la intención de Dios, y porque siendo el primero en la intención del Creador, las demás criaturas se le parecen a Él en eso, en que son criaturas. Veamos también aquí lo que dice san Pablo: “Él es…, el principio, el primogénito de entre los muertos, para que sea Él el primero en todo” (Col. 1,15-18).

5.4  Si todas las cosas fueron creadas por Cristo y para Cristo, entonces en Cristo, en su humanidad, se halla el fundamento de la unidad de todas las cosas creadas.

5.5   Es también en Cristo, en su naturaleza humana unida realmente a la divinidad, en quien se halla la razón de la religión (religión, re-ligación) del hombre con Dios. Un hombre puede tener o no tener fe. De hecho no todos tienen fe. Pero todos están naturalmente unidos en la humanidad de Cristo y a la humanidad de Cristo, y, mediante ella, al mismo Dios.

5.6    Pero Cristo es Dios y es hombre. Cristo, en cuanto hombre, debía tener una madre.  Una madre que durante nueve meses debía llevar en su seno al Hijo de Dios. Esa madre debía estar libre de pecado. Cristo se merecía una madre sin pecado. Esa madre es María.  Dice Juan Duns Escoto: potuit, decuit, ergo fecit: pudo, convenía e hizo que María estuviera exenta de pecado. María, pues, estuvo libre de pecado original: María estuvo libre de la mancha del pecado. Inmaculada significa sin mancha. En latín mancha se dice macula, y no manchada se dice Inmaculata. Cristo, Redentor de todos los hombres, redimió del pecado a María preservándola del pecado.

Conclusión
Una reflexión, la más simple, sobre Cristo, Hijo de Dios e Hijo de María, tiene que comenzar con la pregunta: Por qué el Verbo, el Hijo de Dios tenía que asumir una naturaleza humana. La Escuela Franciscana ha defendido siempre que fue la voluntad de Dios la que quiso que existiera esa criatura, Cristo, Dios-Hombre, una criatura, la más perfecta posible, capaz de recibir el amor de Dios de la manera más perfecta posible y capaz de devolverle ese amor de la manera más perfecta posible. Dios ama a Cristo de la manera más perfecta posible: por eso le dio una Madre Inmaculada.

Y se dice que la Escuela Franciscana ha defendido esta doctrina, porque durante mucho tiempo se pensó que el Verbo, el Hijo de Dios, había asumido una naturaleza humana, porque debía redimir al hombre. Es decir, se pensó que el motivo de la existencia de Cristo, la criatura más perfecta, había sido el pecado del hombre y su redención.

La Escuela Franciscana ha sostenido siempre que es el universo entero, incluido el hombre,  el que existe por Cristo y para Cristo. Aún cuando no hubiera existido pecado alguno, Cristo tenía que existir, porque “Él es Primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas… Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en Él su consistencia…”

NOTA.- 
El que estudia Teología sabe, y todo cristiano debe saber, que ella, la Teología, es una reflexión sobre lo que se encuentra en la Biblia, que es la Palabra de Dios. En lo que se refiere al Cristocentrismo éste es el desarrollo coherente de lo que encontramos en la Biblia, principalmente en el Nuevo testamento.

“Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda la creación, porque por Él fue creado todo, en el cielo y en la tierra, lo visible y lo invisible … Todo fue creado por Él y para Él, Él es anterior a todo y todo se mantiene en Él. … En Él decidió Dios que residiera la plenitud, por medio de Él quiso reconciliar consigo todo lo que existe, restableciendo la paz por la sangre de la cruz, tanto entre las criaturas de la tierra como en las del cielo” (Col 1, 15-19).


Por Gustavo Leonardo Valverde, OFM.