FRANCISCO DE ASÍS,
LUCES PARA EL MISIONERO DE NUESTRO TIEMPO
“Ir
por el mundo -anunciando el Evangelio- sin disputa ni controversia”. Estas
palabras que Francisco mandó escribir en su Regla son realmente muy
inspiradoras para nuestra labor pastoral. En nuestra acción apostólica-pastoral
comprobamos que no hay otra forma más inteligente de anunciar el Evangelio. Sin
disputa ni controversia. Tampoco se trata de imponer el Evangelio a las culturas
y a los hombres, por más buena noticia que sea. En ese sentido, la propuesta de
Francisco sigue siendo actual y novedosa.
Más aun, Francisco nos indica en qué
momento se ha de anunciar el evangelio: “cuando
le parezca que agrada al Señor”. Esto significa que todo aquel que se
siente llamado a anunciar el Evangelio ha de estar en comunión permanente con
Dios, ha de estar atento a la voz de Dios, ha de saber leer e interpretar los
signos de los tiempos para no traicionar la novedad y fuerza renovadora del
Evangelio.
Francisco
es realmente fascinante no solo por su estilo único de vivir el Evangelio, sino
también por su modo de anunciar y contagiar el Evangelio en las culturas y
religiones antagónicas. Conozcamos entonces de cerca a Francisco. Este trabajo
sea un instrumento motivador para adentrarnos en el mundo de Francisco: su
época, su vocación, su concepción de misión, su modo de anunciar el Evangelio, el
compendio de su misión y el fin de la misma.
Que Francisco de Asís nos ayude a
entregar la vida por el Evangelio, a ser servidores de Dios, de los hombres, de
la Iglesia y de la creación; a ser constructores del Reino de Dios y a ser
instrumentos de paz, unidad, comunión, diálogo y encuentro en nuestra Iglesia,
en nuestro mundo y entre nuestros hermanos. Es decir, seamos los rostros vivos
de Francisco en nuestro tiempo.
1.
Trasfondo histórico
Francisco y su época.
Francisco de Asís es hijo-fruto de su
tiempo. Sin él no se comprende. Nace, vive y muere entre el siglo XII-XIII,
concretamente entre 1181 y 1226. Época caracterizada por muchas tensiones y
conflictos debido a las transformaciones y contrastes en diversos aspectos y
niveles. Se trata de un tiempo marcado, en el ámbito político, por el sistema
feudal imperante, las guerras santas y las cruzadas[1];
en el plano religioso, por la opulencia y señorío de la jerarquía eclesiástica;
en el campo social, por el sistema estatista y elitista, el nacimiento de la
burguesía y de movimientos contestatarios,
la división abismal entre la nobleza, el pueblo y los “excluidos”[2];
en el entorno económico, por la floración del comercio y de los negocios
artesanales; en la esfera cultural-intelectual, por el impulso de escuelas
junto a los monasterios y parroquias, el resurgimiento del interés por la
cultura antigua y el surgimiento de nuevos métodos filosóficos-teológicos que
privilegian la razón.
En aquella época, los países occidentales
cristianos, bajo la prédica y el liderazgo del Papa, sentían la obligación de
reconquistar los santos lugares (Tierra Santa), que estaban en manos de los
musulmanes[3].
El papa Inocencio III en el año 1213 incitó a los fieles a la quinta cruzada
exclamando: “carguen con su cruz y síganme”[4].
Los cruzados (fieles cristianos) a cambio de su participación en las cruzadas
adquirían ciertos privilegios terrenales, indulgencias y la Salvación. A ésta
efervescencia religiosa no fue ajena la ciudad de Asís, tierra de
Francisco.
Francisco y su vocación.
Francisco, nace en una familia religiosa
de clase burguesa, en Asís (Italia), el año 1181-2 aproximadamente. Su padre,
Pedro Bernardone, es un comerciante dedicado a la venta de telas finas en
Italia y Francia. Su madre, doña Pica, es una mujer muy religiosa dedicada a
los quehaceres de la casa y a las cosas de Dios. La que probablemente encendió
la “chispa divina” en el corazón de Francisco, o la que al menos le reveló la
ternura y bondad de Dios.
Francisco es educado, como todo aldeano,
en las costumbres propias de su época y cultura. Aprende oficios familiares. Va
a la escuela del pueblo. Conoce muchos amigos. Saca a flote sus talentos de
juglar. Contagia y se contagia del espíritu juvenil. Le fascina las aventuras y
los retos. Sueña con ser alguien importante, caballero. Percibe también, entre
sus coetáneos, el modo de vivir, de relacionarse, de comunicarse, etc.
Contempla que su mundo es un mundo único en belleza y armonía. Un mundo que por
sí canta, florea y verdea a todo dar. Pero también ve y siente que los hombres
no se aman, que el derecho, la libertad y justicia no se respeta, que los
pobres son aislados de la vida social, que el odio y la venganza se han
instalado en el corazón de la gente, que el prestigio y la fama suscita
soberbia e infelicidad, que mucha gente muere en vida por la falta de caridad y
ternura, y que “el amor no es amado”. ¿Indiferencia o compromiso? ¿Qué hacer?
Francisco, entre el asombro y la
confusión, busca señales de vida. Se preguntaría: ¿Dónde encuentro la luz?,
¿quién me muestra el camino?, ¿qué camino emprendo?, ¿en quién me fío?, ¿qué
hago?, ¿a dónde voy?, etc. Busca respuesta aquí y allá. Recorre los caminos de Asís. Se suma a la lucha
de su pueblo contra Perusa. Salen a su encuentro los leprosos, pero no los
comprende, los rechaza, los margina y les niega la caridad. En una de las
tantas batallas cae prisionero. Allí experimenta en carne propia su fracaso.
Siente la soledad, humillación y dolor.
Recobrada la libertad, pensado que lo
suyo es la caballería emprende una nueva batalla. En el trayecto se sintió
enfermo y se echó a descansar. Según cuentan los Escritos de Francisco, él
entre semidormido oyó que alguien le preguntaba: “¿quién te puede ayudar
más, el Señor o el siervo?” Como que si respondiera, se le preguntó
nuevamente: “¿Por qué, pues, dejas al Señor por el siervo, y al príncipe por
el criado?” Y entonces Francisco
contestó: “¿Señor, qué quieres que haga?” (cf. TC 6). Experiencia que le cambio de rumbo, de
horizonte, de mirada, de búsqueda, de modo de vivir. Experiencia que le obligó
a “regresar a Asís”. Experiencia que recuerda al mandato del Resucitado a los
discípulos: “Id a Galilea, allí me veréis” (Mc 14,28). Pareciera que en la
experiencia de Francisco la voz declarativa es: “Francisco, regresa a Asís,
allí me verás y se te dirá lo que tienes que hacer”.
Francisco, en Asís, es recibido con
recelo. Sus compañeros y la gente, en vez de ayudarlo, se burlan de él. Lo
tratan de insensato y loco. Lo marginan como a uno de tantos miserables que
circundan en las afueras de la ciudad: los leprosos. Francisco es marginado no
porque sea leproso, sino porque ha traicionado a su patria. Cuando debería
estar en la guerra, luchando por su ciudad, está en Asís. Pero justamente en
Asís, en su tierra natal, suceden tres acontecimientos muy importantes que
marcaron para siempre la vida de Francisco: el Encuentro con el leproso, el
Encuentro con Cristo crucificado de San Damián, y el Encuentro con el Evangelio
en la Iglesia de Santa María de la Porciúncula. La consecuencia de estos
“Encuentros” es la renuncia de la casa paterna y de los bienes temporales, la
restauración de la abandonada capilla de San Damián, y el cobijo en el manto
del Obispo de Ostia.
Francisco ha encontrado lo que buscaba y
lo que quería. La Buena Nueva de Cristo transforma su vida, interior y exteriormente.
Se hizo pobre. Tomó el afán de anunciar el mensaje de alegría, esperanza y amor
contenido en la Biblia. Tomó la tarea de llevar la paz y el bien a todos los
hombres, de construir el Reino de Dios iniciado por Jesucristo. Recorre
afanosamente las calles de Asís predicando el Evangelio, con la vida y el
ejemplo. Quiere hacer partícipes a la gente de su alegría, de su encuentro con
Dios. Francisco no es egoísta ni mezquino con la bondad de Dios que obra en él.
Quiere que los demás también descubran la presencia viva de Dios en sus
corazones, en sus vidas, en sus historias personales, en el prójimo pobre y
marginado, y en la creación entera. Esta experiencia de conversión atestigua
bien la expresión: “lo que antes me parecía amargo ahora me es dulce”[5],
localizada en su Testamento.
Francisco y su concepción de misión.
Francisco de Asís se encuentra con el
Evangelio (Jesucristo). Descubre que Dios en Jesús se ha hecho pobre, humilde y
sencillo por amor a los hombres. Francisco queda asombrado de tanta bondad, ternura
y amor. Jesucristo es el enviado (ungido) del Padre. Él es el primer misionero
del Padre. Desde entonces Jesús, Hijo de Dios, para Francisco, no es un
personaje importante del pasado, sino Dios vivo y presente que llama a los
hombres -como en otros tiempos- a seguirlo y a construir el Reino de Dios, del
amor, de la paz y de la fraternidad.
En la vida y vocación misionera de
Francisco jugaron un papel importante los discursos de Jesús, concretamente el
relato de la misión de los doce: “… no toméis camino de los gentiles…id
proclamando en Reino de los cielos… curad a los enfermos, resucitad muertos,
purificad leprosos, expulsad demonios…no procuréis oro, ni plata, ni calderilla
en vuestras fajas, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias…”
(cf. Mt 10). Francisco percibe que el
mandato de Jesús es claro, no necesita interpretación alguna.
Francisco va descubriendo lentamente que
su misión es invitar a los hombres, creyentes o no creyentes en Cristo, a
seguir una vida basada en el Evangelio y en la fe en Dios. De ir por el mundo
anunciando la Buena Nueva de Dios de modo pacífico, sencillo y humilde, sin
promover disputas ni controversias. Menos empleando las armas mortíferas, el
poder y el dominio.
La Iglesia -el Papa, el clero y los
cruzados- estaba convencida que lograría rescatar los Lugares Santos con la
espada, con la sangre y el martirio. Muestra de ello, los teólogos justificaban
las cruzadas con razones bíblicas y dogmáticas. Los predicadores explicaban la
necesidad de las cruzadas a los fieles. Los conventos vendían cálices de oro y
plata para financiar las embarcaciones. Los fieles entregaban sus propiedades
para exterminar al enemigo. A cambio de todo este esfuerzo recibirían
indulgencias y absoluciones.
Francisco, aunque marcado por la
concepción común de misión de su tiempo, es consciente que Dios no quiere
peleas ni armas ni controversias ni matanzas entre los hombres, sino la paz, el
respeto, la caridad, la justicia y la fraternidad. Es decir, una convivencia
pacífica entre cristianos y musulmanes, entre creyentes y no creyentes en el
Hijo de Dios. Se trata de fomentar una convivencia-encuentro donde sea posible
vivir dignamente alabando y agradando a Dios con toda la creación en toda
ocasión.
En la concepción de misión de Francisco
fue decisivo el encuentro con el Sultán Malek-al-Kamil. En palabras de Vincenzo
Brocanelli, ofm, “aquel encuentro de Francisco con el Sultán fue ciertamente
una experiencia única que marcó profundamente su espíritu e inspiró una nueva
visión de la misión…”[6].
Francisco recomendó a sus hermanos que “dondequiera que estén deben seguir
el ejemplo de Jesús, el cual se entregó por todos” (cf. 1R 16,10s). El
fundamento de la vocación misionera es la obediencia y la sumisión a toda
criatura. La superioridad y la soberbia no tienen lugar en la misión
franciscana. Cristo siendo de condición divina se encarnó y se puso al servicio
de los hombres. Los hombres no son más que el Hijo de Dios.
En consecuencia, para Francisco, la
misión es evangelizar más con el ejemplo
que con palabras, con la vida que con las armas, con el Evangelio que con
teorías, con testimonio que con discursos, con la humildad que con la soberbia,
con la sencillez que con acciones apoteósicas. Es más, la misión de paz se basa
en la inspiración divina, no en caprichos humanos, menos la fama y el
proselitismo (cf. 1R 16,3).
Francisco y su viajes misioneros.
Francisco es un creyente apasionado de la
Palabra de Dios. Hace suyo las palabras y acciones de Jesús: “…vayan por todo
el mundo y proclamen el Evangelio a toda la creación”[7],
“…les envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como serpientes
y sencillos como las palomas”[8],
“… amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan”[9],
“…todos vosotros sois hermanos…el mayor entre vosotros será vuestro servidor”[10],
“dichosos son los que son perseguidos y calumniados por mi causa”[11].
Estas palabras inspiran y animan el espíritu misionero de Francisco. Seis años,
después de su conversión (1212), Francisco, consecuente de su vocación
misionera, quería viajar a tierra de misiones de aquel tiempo: Marruecos,
Siria, Tierra Santa. El objetivo era ir
de misión a tierra musulmana para predicar a Cristo y si era posible
morir por él. Francisco probablemente realizó tres viajes:
El primer viaje, en el año 1212. Partió
de Asís con destino a Siria, pero fracasó a causa de una tormenta. Su barco fue
desviado a las costas de Dalmacia (cf. 1Cel. 55).
El segundo viaje, en el año 1213-14,
Francisco se encaminó con el hermano Bernardo con destino a Marruecos, pasando
por Francia y España (cf. 1Cel. 56). Algo no esperado sucedió en España: se
enfermó de malaria y tuvo que regresar. Fracasó nuevamente el viaje.
El tercero y último viaje, en 1219-20.
Francisco, en el capítulo de Pentecostés, decidió enviar hermanos a Túnez y
Marruecos, mientras él iría con algunos hermanos a Egipto: Tierra Santa. Se
embarcaron en el barco que llevaba a los refuerzos en Damieta (Egipto). Allí,
el desenfreno, la avaricia y peleas entre los cruzados convencieron a Francisco
que la “guerra santa” no era justa ni evangélica. Francisco prefirió ir donde
el Sultán en son de paz sin armas, pero los cruzados le impidieron, ya que
estaban convencidos de que lograrían la victoria total. Solamente después que
el ejército musulmán los derrotó lo dejaron ir a Francisco donde el Sultán bajo
sus propios riesgos y peligros (cf. LM 9,8).
El encuentro entre Francisco y el líder musulmán es atestiguado por
Jacobo de Vitry: “...durante varios días él y los suyos le escucharon con
mucha atención la predicación de la fe de Cristo. Pero, finalmente, el sultán,
temeroso de que algunos de su ejército se convirtiesen al Señor por la eficacia
de las palabras del santo varón y pasasen al ejército de los cristianos, mandó
que lo devolviesen a nuestros campamentos con muestras de honor y garantías de
seguridad, y al despedirse le dijo: 'Ruega por mí, para que Dios se digne
revelarme la ley y la fe que más le agrada” (TsJ. 32).
Este acontecimiento, tan importante en la
vida y espíritu de Francisco, es visto con recelo por sus biógrafos. Estos
fijándose solamente en los resultados políticos aseveran que Francisco, aunque
dejó una gran impresión en el entorno musulmán, fracasó en sus planes: no
convirtió al Sultán ni logró el martirio deseado ni la paz entre cristianos y
musulmanes ni la aceptación de su idea: “cruzada sin armas”.
Lo cierto es que Francisco no pretendió
convertir a nadie, ni quiso que todos sean cristianos, pero sí quiso que haya
un clima de respeto, de diálogo, de tolerancia, de hermandad, de cooperación,
de cercanía, y de apertura. Quiso una manera nueva de tratar y relacionarse
entre los hombres, entre Dios y los hombres, entre los hombres y la creación.
En ese sentido, el modo como fue Francisco ante el Sultán es un signo
profético, un modo nuevo de ver a Dios, a los hombres y a la creación. Una
nueva manera de ser discípulo y misionero de Jesús (Dios), de ser y estar en el
mundo sin ser del mundo, de ser constructores del Reino de Dios, sin renunciar
el Evangelio y la identidad cristiana.
2.
Estatuto misionero de Francisco
El capítulo 16 de la Regla no Bulada es
considerado como el “estatuto misionero” por excelencia. Este surgió como
secuela del encuentro con el mundo islámico. El estatuto contiene los elementos
esenciales de la vocación misionera, tanto para Francisco como para sus
seguidores y fieles cristianos. La regla prescribe: “… los hermanos que van por el
mundo no promuevan disputas y controversias, sino que se sometan a toda humana
criatura por Dios (1 Pe 2,13) y confiesen que son cristianos. Cuando les
parezca que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios para que crean en Dios
omnipotente, Padre e Hijo, y Espíritu Santo, creador de todas las cosas, y en
el Hijo, redentor y salvador, y para que se bauticen y hagan cristianos" (1 R 16,5ss).
Aquí se muestra claramente la forma y
estilo de vida que deben observar y guardar los misioneros: itinerancia,
sumisión, escucha a Dios, confesión de la fe, predicación y anuncio de la
Palabra de Dios.
Ir por el mundo sin disputas ni controversias.
Dios es el Bien y Dios es la Paz. El bien
y la paz son manifestaciones del amor y de la bondad del Señor. Los seguidores
de Francisco han de “ir por el mundo”
anunciando el bien y la paz que proceden de Dios. Deben hacer de sus
vidas, claro reflejo de la sencillez, humildad y amistad de Dios. Solo la paz y
el bien que proceden de Dios construye, edifica, dignifica y pacifica las
relaciones humanas.
Cuando vayan por el mundo, han de ser
pacíficos y mansos (cf. 2R 3,11). Más aun cuando van a tierra de infieles. La
conturbación y la guerra impiden la paz, la reconciliación, la conversión y el
diálogo. No se va al mundo, en concepción de Francisco, para llevar maldiciones
sino bendiciones de Dios. Francisco decía: “el Señor… vuelva a ti su rostro
y te conceda la paz” (BenL). En consecuencia, “ir por el mundo” expresa la
disposición sincera para el encuentro, el diálogo y la solidaridad. Ir por el
mundo sin disputas es un estilo de caminar y de estar en el mundo, sin ser del
mundo.
Los que siguen a Cristo como Francisco
han de ir por el mundo, no fomentando divisiones ni controversias ni conflictos,
sino procurando el bien y la paz, siendo humildes y sencillos, siendo siervos y
servidores. No ha de haber otra intención que la de llevar la paz de Cristo que
pacifica el alma y el corazón: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no
como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman!”[12].
El espíritu de Jesús ha derribado todas las barreras del mundo. Con esa
confianza ha de irse por el mundo sin promover peleas ni contiendas, sino como
humildes servidores y embajadores de Cristo.
Asimismo los que van por el mundo nada
han de apropiarse: ni casa ni lugar ni cosa alguna (2R 6,1). Ya que tener
posesiones supone poseer armas para
defenderlas, dijo una vez Francisco al Obispo. Tampoco han de adueñarse de las
enseñanzas de Jesús (Evangelio) como propias. Si alguna propiedad se posee ha
de estar al servicio de los demás.
Van al mundo los hermanos no para ganar
fama y privilegio ni para quedarse en el mundo sino para transmitir la paz y
servir a todos los hombres como Cristo. En consecuencia, la misión original es
ir por el mundo entre la gente, caminar y estar con el pueblo, sin llevar nada,
anunciando la paz. No litigando por ningún motivo, sino trabajando con
sencillez y sumisos a toda criatura. Este estilo de vida, en tierra de
“infieles”, más aún en guerra, no es nada fácil. Supone confianza plena en la
providencia de Dios.
Sumisos a toda criatura humana por amor.
Esto supone un nuevo modo de tratar y de
relacionarse con los hombres y con la creación. Francisco ve en cada criatura
la imagen de Dios. Toda la creación le habla de Dios. De allí que los llama
“hermanos”. Por lo general los hombres tratan de someter y dominar, pero entre
los seguidores de Francisco no ha de ser así. Sumisos a toda criatura por amor
a Dios. Esto significa respetar y valorar la dignidad de todas las cosas, en
cuanto que tienen a Dios como por Creador. Francisco mismo confiesa en su
testamento: “estábamos sometidos a todos”
(Test 19).
Francisco y sus compañeros en vez de
poder, vanagloria, soberbia y avaricia optaron por la bondad, el respeto, la
igualdad y la caridad fraterna. Aquí lo importante no son las estructuras
jerárquicas basadas en autoridad, poder y explotación sino la vida de las
personas y la vida de todas las cosas
que existen en la creación.
Francisco proféticamente exhorta a sus
hermanos que cuando vayan entre los infieles (sarracenos) o a tierra de misión,
en vez de someter a infieles (hombres) han de someterse a ellos. Han de
compartir sus vidas, sus trabajos, sus comidas sin esperar nada a cambio. Con
ello, va en contra de la postura común de su tiempo: “el cristiano no debe
servir a los paganos”. Francisco comprende que no está en el mundo y la Iglesia
para ser servido y ser aplaudido por la gente y las autoridades de orden
político y social, sino para servir desde la sencillez, desde el amor, desde la
simplicidad.
Anunciar el Evangelio “cuando les parezca que agrada
al Señor”
La predicación y el anuncio del Evangelio
es tarea de todos los fieles cristianos. No basta con llamarse cristianos ni
seguir a Jesús. Es necesario vivir realmente como cristianos, vivir como Jesús.
Francisco tomó conciencia de su condición de ser seguidor de Jesús.
Francisco anunció el Evangelio con la
vida y el ejemplo, más que con teorías, palabras y discursos. La predicación en
su tiempo era meramente discursiva, intelectual y doctrinal. La Iglesia del
momento pensaba que la gente se convertiría con sermones y cátedras filosóficas
y teológicas. Francisco, en cambio, exhorta a sus hermanos a que prediquen “más
con el ejemplo que con las palabras” (TC 36).
Para Francisco, los hermanos predicadores
antes de predicar deben escuchar y esperar una señal de Dios. Lo que se anuncia
no son las palabras humanas, sino la Palabra de Dios. La pauta de predicación
fue entonces, en primer lugar, encuentro y experiencia profunda de Dios; en
segundo lugar, discernimiento y asimilación de la Palabra de Dios en la vida personal
y comunitaria; y en tercer lugar, el anuncio kerigmático con brevedad de
sermón.
Francisco aconseja que no se trata de
llegar a un lugar (región) e inmediatamente anunciar el Evangelio, sino
descubrir primero la presencia viva de Dios en la tierra de misión. Escuchar y
esperar la voluntad de Dios. Leer e interpretar los signos de los tiempos. El
misionero ha de consultar primero a Dios para luego anunciar. La 1R 16,7 señala
que Francisco y sus hermanos cuando fueron a los sarracenos se preguntaron antes
del anuncio: ¿le parece y agrada a Dios que comencemos a predicar? Dios no
excluye a nadie de su bondad. Dios se da a todos por igual, sean cristianos o
musulmanes, creyentes o no creyentes. En todo se puede descubrir la presencia
de Dios. Francisco descubre la presencia de Dios en toda la creación.
Francisco no detalla qué señal deben
esperar los hermanos. Pero deja claro que Dios no quiere peleas ni
controversias en la predicación, tampoco la división entre buenos y malos,
entre dominadores y dominados, entre superiores e inferiores. Tampoco la guerra
entre religiones. A Dios le agrada la igualdad, el respeto, la paz y la
justicia. Que los hombres sean más humanos.
La predicación-misión no está reservada
únicamente a los ministros de la palabra (sacerdotes) sino también a todos los
fieles, a todos los hermanos. De modo que nadie puede gloriarse ni
vanagloriarse (cf. 1R 17,4).
Resultado de la misión: bautismo o rechazo.
El fruto del anuncio o de la predicación
puede ser el bautismo o el rechazo a la predicación. En el primer caso, los
“paganos” se incorporan a la fe cristiana por medio de Bautismo; en el segundo,
el rechazo a la predicación y la persecución al misionero que puede acabar en
martirio.
Lo que debe quedar claro es que tanto el
bautismo como la predicación solamente deben realizarse cuando parezca y agrada
a Dios. Por tanto, no se trata de bautizar ni de predicar por iniciativa y
capricho propio. Todo debe estar conforme al plan y voluntad de Dios.
Francisco recuerda también a sus hermanos
que no han de vacilar ni avergonzarse de anunciar a Cristo, pobre y
crucificado. Los que siguen a Jesús han de estar dispuestos a correr el mismo
destino de Cristo: morir en la cruz.
Los primeros hermanos misioneros de
Francisco, según la crónica de Jordán de Giano, sufrieron la persecución,
maltratos y martirio en carne propia (cf. Cr. n. 5). En consecuencia, la misión
supone una confianza plena en la bondad de Dios y una entrega sincera de la
vida al servicio de los demás, sin esperar recompensa alguna.
3.
Contenido de la misión franciscana
Construcción
del Reino de Dios.
El Reino de Dios es un don gratuito del
Padre y está abierto a todos y llega a todos. Pero no se impone ni amenaza a
quien no asume. Todos los hombres estamos llamados a colaborar y a construir el
Reino de Dios, de modo particular, los bautizados en Cristo Jesús. Es una
invitación a la entrega, a la libertad, a la felicidad, a la comunión y al
encuentro.
Dios ama infinitamente y quiere hacer
partícipe al hombre, de su Proyecto. Dios pone en marcha su soberanía, no
porque el hombre fuerce a Dios a hacerlo o porque el hombre lo merezca, sino
porque Dios quiere y ama. Se trata de un proyecto que busca la liberación y
salvación del hombre. Este proyecto del Padre empezó en y con Jesús de Nazaret,
quien recorría por toda Galilea, Samaría y Jerusalén invitando y anunciado la
llegada del Reino a todos: ricos y pobres, puros e impuros, santos y pecadores,
etc. Entrar y participar en el Reino es aceptar la Buena Nueva de Padre
trasmitida por Jesús. En consecuencia, la construcción del Reino de Dios no
depende únicamente de Dios, sino también depende de la entrega, la colaboración
y la disposición de los hombres.
Francisco, por su intenso amor a Dios y
al Evangelio, se siente llamado e inspirado a cooperar en la construcción del
Reino. El Reino de Dios, para Francisco, no es un concepto ni una doctrina ni
un programa que hay que cumplir, sino es ante todo un “Proyecto no humano” a la
que hay que servir-colaborar sin esperar méritos y recompensas. La construcción
del Reino no supone inacción ni indiferencia sino dinamismo, entrega, servicio,
cooperación, fidelidad y compromiso. Trabajar y construir el Reino implica
reconocer y favorecer el dinamismo divino que está presente en la historia y en
el corazón del hombre; supone también buscar la liberación del mal en todas sus
formas y consecuencias, es decir, luchar contra toda forma de esclavitud que
impide la libertad, la justicia, y la realización plena del hombre.
Por ende, Francisco hace suyo, para sí y
para sus hermanos, el proyecto de Padre. Despliega toda su vida, energía y
voluntad en la construcción del Reino. Esta tarea asume no al margen de la
Iglesia, sino dentro de ella.
Anuncio del Evangelio.
El Evangelio no es un libro ni una
doctrina sino una Persona viva y presente. El Evangelio o la Buena Noticia de
Dios Padre para la humanidad no es otra cosa que Jesucristo. Jesús es el
envidado de Padre. El enviado no hace otra cosa que comunicar el mensaje
salvífico y cumplir la voluntad del Padre. En consecuencia, anunciar el Evangelio
no consiste en predicar una ideología ni en hablar discursos retóricos sino
llevar a Cristo al corazón de los hombres que aún no conocen a Cristo.
El anuncio del Evangelio es ante todo
anuncio y encuentro con Jesucristo, es el testimonio y comunicación de una
realidad vivida (experiencia) que da sentido a la vida, es la narración de la
Revelación de Dios en la historia concreta, y es la revelación de un misterio o
proyecto de salvación. En palabras de Benedicto XVI, el Evangelio es “una
hermosa noticia que hay que compartir” [13]
y anunciar fielmente como agrada a Dios. Es decir, es una buena noticia que da
vida, sentido y felicidad. Añade: “la tarea de anunciar el Evangelio no ha
perdido su urgencia, ya que además de los pueblos que no conocen a Cristo hay
quienes después de haber recibido el anuncio del Evangelio lo están olvidando y
abandonando, y no se sienten parte de la Iglesia”[14].
El anuncio del Evangelio no tiene otro
propósito que “la conversión, la adhesión plena y sincera a Cristo”[15].
La conversión supone “aceptar la soberanía de Cristo y hacerse discípulo suyo”[16].
Francisco comprendió tal propósito. Solo así se comprende la radicalidad
evangélica de Francisco. Él primero vive el Evangelio sin añadirle ni quitarle nada,
luego anuncia e invita a los demás a abrazar el Evangelio. No solo eso, sino
cual otro Cristo, recorre los caminos invitando a todos los hombres a llevar
una vida según el Evangelio, va a tierras de misión y envía a sus hermanos a
proclamar el Evangelio a toda criatura, sin contiendas.
El Evangelio siempre es buena noticia
para todos los hombres, en cuanto, que es fuerza de Dios. Francisco hace suyo
el mandato de Jesús: “vayan por el mundo entero y proclamen que el Reino de
Dios está cerca, curen enfermos, resuciten muertos, purifiquen leprosos,
expulsen demonios. Gratis lo recibieron, denlo gratis. No lleven oro, ni plata,
ni cobre en sus bolsillos; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni
sandalias, ni bastón, porque el obrero merece su sustento”[17].Con
esa confianza Francisco anuncia y lleva el Evangelio a todos los hombres y
contextos socioculturales.
Edificación de la Iglesia.
La Iglesia es sacramento de Salvación[18],
de encuentro y de comunión en la historia de la humanidad. La misión de la
Iglesia es hacer realidad el proyecto Salvífico de Dios (Reino) y cumplir el
mandato de Jesús: "¡Vayan,
y hagan discípulos en todas las naciones!"[19].Este mandato, por más
que cambie la historia y el hombre, sigue siendo el mismo. Es siempre antigua y,
al mismo tiempo, muy actual y novedoso.
El
Padre, en el Hijo por el Espíritu Santo, sigue invitando y llamando a la
Iglesia (Bautizados en Cristo) a ser instrumento de comunión y renovación, a
comprometerse con el Reino de Dios, a llevar su mensaje de amor y liberación a
todos los pueblos y culturas. Iglesia que deja de asumir la invitación del
Padre y la misión de Jesús deja de ser signo e instrumento de Salvación, deja
de edificarse y fortalecerse, deja de ser semilla y levadura del Reino en el
mundo. Es decir, deja de ser sacramento de Salvación. De allí, la urgencia y la
necesidad de la cooperación y colaboración de los hombres con la tarea y la
edificación de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo.
La
respuesta a la invitación de Dios no es solo el cumplimiento de ciertos
preceptos y la relación intimista y egoísta con Dios, sino es la entrega total
de la persona a Dios, a Cristo, a los hombres, a la Iglesia. Francisco como
hijo de la Iglesia comprendió que amar a Dios y seguir a Cristo es también amar
y servir a la Iglesia, que lo suyo es llevar la Buena Nueva a todos los hombres
y transformar el corazón de la misma humanidad. La Iglesia no es una infraestructura
ni un círculo cerrado de creyentes, sino una comunidad de comunión y encuentro
que asume y prolonga la misión de Jesús, el proyecto de Dios Padre. En
consecuencia, lo importante de la Iglesia no es ella misma, sino Jesús, y la
evangelización.
“Ve y repara mi Iglesia”[20]
fue la consigna que Francisco “recibió” en la Capilla de San Damián. Francisco
sin dar mucha vuelta a las palabras se puso a construir la iglesia material,
pero al mismo tiempo la Iglesia. Invita a todos a dejar la indiferencia, el
individualismo, la avaricia, el protagonismo, ya que con estas actitudes no se construye la Iglesia de Cristo, la
fraternidad y la comunión. En consecuencia, construir la Iglesia significa dar
y entregar lo mejor que tiene cada uno, dejar el proyecto personal por el
proyecto de Dios, dejar que el Espíritu de Dios renueve y transforme la mente y
el corazón del hombre, dejar toda tentación de soberbia y dominio, y ponerse al
servicio de toda criatura, principalmente las menos favorecidas por la sociedad
y el Estado.
4.
Finalidad de la misión franciscana
La
misión franciscana no tiene otra finalidad que “servir”. Servir es, ante todo,
un modo de relacionarse con Dios, con los hombres y con las criaturas de Dios.
La actitud de servir nace del amor, del encuentro, de la contemplación y de la
entrega a Dios que se manifiesta al mundo en Jesucristo. El servicio supone reconocimiento,
desprendimiento, disposición y solidaridad. El servicio misionero franciscano
se sintetiza en el servicio a Dios, al hombre, a la Iglesia y a la creación.
Veamos cada uno de ellos:
Servicio a Dios.
Revisando la historia de la humanidad,
descubrimos que “en nombre de Dios” se han hecho y se hace muchas barbaridades:
cruzadas, guerras, holocaustos, revoluciones, etc. ¿Acaso Dios quiere esas
cosas? Evidentemente que no. Dios quiere que aprendamos a amar y a servir no
solo a Él sino también al prójimo, a su proyecto de amor y sus
mandamientos. Servimos a Dios por la
forma en que vivimos los mandamientos que recibimos de Él, de Jesucristo, por
el trabajo que realizamos para establecer el Reino de Dios en el mundo, por la
forma en que actuamos ante nuestros semejantes y todo cuanto nos circunda.
Para servir a Dios con sinceridad hace
falta renunciar a nuestros dioses personales, ya que según el Evangelio “no
podemos servir a dos dioses al mismo tiempo”[21].
Renunciar a nuestros dioses significa
eliminar de nuestra mente los pensamientos impuros, eliminar de nuestros
corazones o al menos dominar todos los sentimientos de odio y maldad, liberar
nuestras vidas de todo espíritu que no sea la de Dios, eliminar todas las cosas
mundanas que nos impiden cumplir la voluntad de Dios, etc. Entonces, servir a
Dios no es otra cosa que afanarse de las cosas de Dios como Jesucristo, san
Pablo, san Francisco y tantos otros santos y santas precedentes.
Para Francisco, el servicio a Dios no es
otro que amar, conocer, honrar, adorar y obedecer. De allí que el Santo insiste
en que los hombres “creamos verdadera y humildemente, tengamos en el corazón,
amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y
sobreexaltemos, magnifiquemos y demos gracias al altísimo y sumo Dios eterno…»[22].
Por ende, el servicio, además de ser un acto voluntario y libre, es la oblación
agradecida, la entrega desinteresada y la confianza total de la vida a Dios.
Nuestro mundo y nuestros pueblos
necesitan hombres como Francisco que sirvan al Señor sinceramente. Que transparenten
el amor, la bondad, la paz y la misericordia de Dios. Que sean instrumentos
auténticos de comunión, de escucha, de encuentro y de diálogo. Que reconcilien
al mundo con Dios y a la historia con el Evangelio, a los hombres con la buena
noticia de Dios. Que sueñen y construyan un mundo más fraterno y más solidario.
Que sientan la alegría en el servir y en el dar. Que sientan el gozo de vivir y
comunicar el bien recibido. Que sientan la pasión por el proyecto salvífico de
Dios (Reino) y por el Evangelio. Solamente de este modo se es un auténtico
servidor y cooperador de Dios.
Concretando, los servidores de Dios son
todas aquellas personas que desmienten las falsas teorías e imágenes elaboradas
sobre Dios como castigador, legislador, celoso, paternalista, acaramelado,
llorón, proteccionista, justiciero, etc. El mejor retrato de Dios aparece en el
Cántico de las criaturas de Francisco:
Dios único, fuerte, grande, altísimo, santo y rey del universo. Trino y uno,
todo bien, el sumo bien, amor, caridad, sabiduría, humildad, paciencia,
belleza, mansedumbre, seguridad, gozo, esperanza, alegría, justicia,
templanza, protector, custodio y
defensor, dulzura, fortaleza… “Grande y admirable Señor, Dios omnipotente,
misericordioso Salvador”[23].
Aquí cabría preguntarse sobre qué imagen de Dios manifestamos y transmitimos a
nuestros niños y jóvenes, qué imagen de Dios anunciamos en nuestra vida
cotidiana, en nuestras pastorales, en nuestras pláticas, encuentros y
reuniones. No será que a falta de la presentación sana de Dios auténtico se
busca un dios sucedáneo, un dios a criterio personal, un dios que nace y muere
en la temporalidad.
En ese sentido, todos los hombres,
principalmente los cristianos por nuestra condición, estamos invitado a ser sinceros
y auténticos servidores, colaboradores, embajadores e instrumentos de Dios en
el mundo, en la sociedad y en la Iglesia. Nuestro servicio a Dios, no se
realiza auténticamente al margen de la Iglesia sino dentro de ella y con ella.
Eso nos enseña Francisco. La Iglesia es el mejor aliado de aquellos hombres que
quieren servir a Dios con voluntad e intenciones sinceras y sanas.
Servicio
al hombre.
Francisco cuando piensa en el servicio a
Dios también piensa en el servicio al hombre. Servicio a Dios no es una
mistificación ni una evasión de la realidad presente, sino implica un
compromiso concreto con los hombres, sobre todo con los más marginados de la religión,
de la sociedad y de la esfera gubernamental. Para Francisco, “el servicio es el
acto libre de una persona que sabe amar”[24],
de una persona que se siente amado por Dios y liberado de toda atadura egocéntrica
y esclavitud. En consecuencia, el “servicio no ha de ser una actitud privativa
del hombre, sino propio de toda criatura que sale de las manos de Dios”[25].
El servicio es una tarea prioritaria de todos los hombres, de la cual nadie
debe excusarse.
Según Francisco, los hermanos han sido
llamados para servir, para llevar esperanza, para predicar la conversión, para
anunciar el bien y la paz, para defender la dignidad e igualdad de todas las
personas, principalmente de los leprosos, los pobres, los marginados, etc. Si
la sociedad margina y excluye a los leprosos, Francisco se pone al servicio de
ellos, convive con ellos y con ellos denuncia toda injusticia social y rompe el
muro inseparable de clases sociales. Si a uno quiere y respeta más, no es por
la riqueza personal o el poder que ostenta, sino porque Dios está más cerca de
los pobres. El más pobre, el más débil, el más enfermo le recuerdan a Cristo
que se hizo pobre y nada.
Francisco es consciente que mientras haya
marginados y pobres que claman a Dios no habrá desarrollo ni salvación ni
felicidad. Francisco, desde su conversión, se transformó “en apóstol de los
leprosos y marginados, en promotor de dialogo entre todos los hombres,
particularmente del diálogo interreligioso”[26].
“Francisco -señala Benedicto XVI- es un verdadero maestro estas cosas. Pero lo
es a partir de Cristo. Él es nuestra paz”[27].
Francisco, desde su confianza en Dios, denuncia toda forma de aislamiento,
atomización, indiferencia religiosa, individualismo, armamentismo, contiendas.
Francisco inspira a dejarse encontrar por
Cristo y partir de Él y desde Él trabajar en por la vida, la caridad y el
servicio. Solo desde Cristo cobra sentido la siembra de la paz, el servicio a
los leprosos, a los no creyentes, los no cristianos, a los necesitados y los
últimos. De este modo Francisco nos anima a entregar la vida a los hombres por
amor a Cristo, a entrenarnos en el camino de servicio y santidad. Realmente, Francisco
es ejemplo de discípulo para nuestra sociedad y es paradigma de servicio
desinteresado a los hombres.
En
el mundo como el nuestro, marcado por la secularización, la apostasía
silenciosa de tantos bautizados, por la vivencia del catolicismo “light”, por
la indiferencia religiosa, por la deshumanización, por la pérdida de sentido y
de los valores humanos, Francisco de Asís nos incita a preocuparnos por los
hombres, a devolverles la esperanza donde se está disipando, a vivir los
valores del Evangelio, ser luz en medio de la tiniebla, a ser “instrumento de
amor, de perdón, de unión, de verdad, de fe, de esperanza y de alegría donde
hay odio, ofensa, discordia, error, duda, desesperación y tristeza”[28].
Ésta es una tarea no tan fácil. Es un desafío a nuestra vocación, a nuestra
condición de vida, a nuestra opción de vida. Renunciar es no tener claro
nuestra misión.
Los hombres de nuestro tiempo, a pesar
del dominio tecnológico y la globalización, “necesitan de Dios, del Dios
manifestado en Jesucristo y que nos reúne en la Iglesia universal, para
aprender con Él y por medio de Él la vida verdadera”[29].
Es decir, los hombres necesitan que alguien les hable de Dios desde el corazón,
que alguien les enseñe el camino que conduce a Jesucristo (Dios), que alguien
les ayude a discernir los frutos de la gracia en la desgracia, que alguien
luche por la dignidad y la defensa de los derechos humanos.
Francisco de Asís reconcilió a los hombres
con Dios, la historia (su época) con el Evangelio, a los hombres entre sí. Nos
toca seguir sus pasos y consejos, no repitiendo el mismo recorrido de
Francisco, sino hacer lo nuestro a la luz del Evangelio.
Servicio a la Iglesia.
Leyendo la 1R 23,7 descubrimos que la
Iglesia, para Francisco, es la muchedumbre inmensa de aquellos que “quieren servir a Dios en el seno de la
Iglesia”, santa, católica y apostólica. Esa muchedumbre (Iglesia) está
conformada por todos los “obispos”[30],
órdenes[31],
religiosos y religiosas, los conversos y pequeños, pobres e indigentes, reyes y
príncipes, artesanos y agricultores, siervos y señores, vírgenes viudas y
casadas, varones y mujeres, niños y adolescentes, jóvenes y ancianos, sanos y
enfermos, pequeños y grandes, pueblos, gentes, tribus y lenguas, todas las
naciones y todos los hombres de cualquier lugar y tierra[32].
Aquí, Francisco evidencia la universalidad de la Iglesia, pero no la visión
clerical de la iglesia ni la función y la responsabilidad de sus miembros. En
consecuencia, la Iglesia no es una comunidad de hombres selectos ni
privilegiados ni de puestos sino de “elegidos” y servidores, que quieren
cooperar con Dios en el mundo.
Francisco ve que la Iglesia, en su
tiempo, no es del todo santa ni del todo pecadora. Hoy como ayer, lo negativo
siempre es instrumento de escándalo, crítica, acusación y rechazo. El clero de
su tiempo, con frecuencia mediocre, ignorante e inmoral, era criticado con
violencia por todos los reformadores y sus contemporáneos. Frente esta
situación, Francisco se niega a ver pecado alguno en los ministros de la
Iglesia. No quiere decir que sea cómplice o encubridor, sino denuncia
proféticamente con actitud e intención respetuosa. Se pone al servicio de ellos
respetuosamente: amándoles, venerándoles, honrándoles, etc. De mismo modo,
invita a los fieles y a sus hermanos a venerar[33],
reverenciar[34],
amar[35],
honrar[36],
temer[37],
etc. Con estas actitudes sensatas y humildes, Francisco invita corregirse no
solo a los fieles en su modo de pensar y actuar sino también a los ministros
que administran las cosas sagradas al pueblo de Dios. Así que, la actitud
respetuosa y servicial no le quita ser lúcido, crítico y exigente.
En la actualidad también vemos muchas
irregularidades no solo de algunos ministros de la Iglesia sino también de
algunos miembros de la iglesia, que en vez de acrecentar la credibilidad de la
fe y la vida cristiana provocan todo lo contrario: anti-testimonio y escándalo.
Por mencionar algunos: el caso de abusos físicos y sexuales a menores[38],
la pedofilia encubierta por muchos años, la corrupción en el interior de las
jerarquías, los conflictos en el ejercicio de poder que suscitan tensiones y
luchas, etc.
En esta complejidad, Francisco nos invita
a estar “siempre sumisos y sujetos a los pies de la santa Madre Iglesia”[39];
permanecer firmes en la fe católica guardando, en pobreza y humildad, el santo
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo; fomentar la unidad, la comunión y la
reconciliación con todos por encima de diferencias y particularidades; buscar
la liberación y salvación de todos los hombres, tanto creyentes como no
creyentes; fomentar el diálogo y el encuentro sin creernos mejores y superiores
a los demás; liberar a la Iglesia de toda forma de esclavitud, opresión e
injusticia; denunciar con la vida radicalmente evangélica toda apariencia de
dominio, poder, vanagloria y soberbia.
En consecuencia, Francisco nos enseña un
modo más audaz y sensato de servir y amar a la Iglesia, sin ir demasiado lejos
de nuestro contexto. La Iglesia se construye aquí y ahora con hombres y mujeres
concretos. En vez de esperar una iglesia sin pecados y tensiones atrevámonos
como Francisco por construir una Iglesia más entregada al Evangelio, más humana,
más fraterna y acogedora. ¡Atrevámonos! a dejar de ser meros miembros de la
Iglesia, a salir de nuestro claustro personal eclesial para ir por el mundo
anunciando, desde el Evangelio, que otro modo de construir el mundo y la
Iglesia es posible.
Servicio a la creación.
Toda la creación es obra de Dios. Toda
criatura y cada una ellas son dones de Dios. Todas las criaturas y cada una de
ellas hablan de Dios y remiten a Él. En palabras de Antonio Merino “son
semáforos y signos a través de la cual Dios se comunica con el hombre y éste
con su Creador”[40].
La creación, concretamente la naturaleza, no está de modo pasivo, pues es madre
y educadora de los hombres. Todas las criaturas evocan al hombre sentimientos
de inocencia, de fraternidad, de bondad, de solidaridad, de igualdad y de
gratuidad. Por ende, la naturaleza, el hombre y Dios están en íntima conexión y
relación, por motivos teológicos y cosmológicos.
Francisco, desde su fe, se coloca en medio de ellas, con ellas, no sobre ellas
ni por encima de ellas. Ve la
creación como una especie de templo de la Divinidad, donde se podría descubrir,
contemplar, amar y servir al Creador. Ve como un medio en el que se puede
vivir, sentir, descubrir y experimentar lo divino, y celebrarlo con, por y a través de todas las criaturas. En ese sentido, la creación es realidad
y lenguaje, es presencia y símbolo, es materialidad y significación.
El profundo amor, respeto y alabanza de
Francisco a Dios por la creación encontramos en el Cantico del hermano sol o Cántico
de la criaturas. El Cántico revela
la familiaridad, la simpatía y la espiritualidad de Francisco con respecto a
cada una de las criaturas y a su Creador. Allí, Francisco, además de revelar, reconoce
la magnanimidad de Dios y la dignidad y los atributos de la creación. Invita a
una manera nueva de habitar, de ser, de relacionarse y de vivir, más allá de
los presupuestos antropológicos y científicos, subjetivos y objetivos, de
materialismo y espiritualismo.
En la actualidad, el hombre está
perdiendo el sentido de fraternidad sincera, el sentido profundo de la vida, y
de la convivencia responsable con la creación. Priman más la filosofía del
mecanicismo y del consumismo, que trata al mundo como una máquina; el uso
abusivo y exagerado de las cosa naturales como simples utensilios, que una vez
usados hay que tirarlos; y la idea equivocada del hombre como conquistador,
propietario y devastador irresponsable de la naturaleza. Frente al problema
ambiental y la actitud hostil, contaminadora y depredadora del hombre,
Francisco nos propone un modo diferente de “estar” en la creación y de “con-vivir”
fraternalmente con todas las criaturas: descubrir el sentido religioso de la
naturaleza como obra y criatura de Dios, ver y mirar el mundo entero (creación)
como un poema bellísimo en el que está impresa la Trinidad creadora,
redescubrir nuestra conciencia acústica para escuchar la resonancia y el
lenguaje de la creación, reconocer que estamos intrínseca y constitutivamente
vinculados al mundo, integrar todas las fuerzas y los esfuerzos para superar
todo tipo de violencia que atente contra el hombre y la creación, trabajar en
la promoción de un sistema alternativo que sustituya el egoísmo posesivo, el
utilitarismo cósmico y el armamentismo, y crear una nueva pedagogía ecológica
que nos permita ver, descubrir y tratar a la naturaleza como morada de los
hombres y de Dios”[41].
En consecuencia, vivir desde la fe, como
Francisco de Asís, es ver, descubrir,
interpretar y celebrar los dones maravillosos de la creación y colaborar promoviendo
la justicia y viviendo en armonía y en paz con ella. Erradicar nuestros
instintos codiciosos y agresivos para crear vínculos fraternos y una sintonía
vital entre los hombres y la naturaleza. Solo así podremos cantar armónicamente
como Francisco: “Loado seas, mi Señor, por la hermana madre Tierra y por todos
los que la habitan” (Sn Fco).
Conclusión
A modo de conclusión, quiero compartir
estas preguntas que nos pueden ayudar a tomar conciencia sobre nuestra vocación
cristiana en el mundo: ¿Buscamos el Reino de Dios y su justicia? ¿Somos heraldos del Reino? ¿Qué
anunciamos, qué dicen nuestras obras, nuestras palabras, nuestras ilusiones,
nuestras expectativas?
¿Vamos a
la Iglesia? ¿Estamos en y con la Iglesia? ¿Qué hacemos en y con la Iglesia?
¿Participamos en la misión de la Iglesia? ¿En qué colaboramos con nuestra
parroquia? ¿Estamos activos en sus organizaciones? ¿Damos algo más en el
voluntariado? o ¿lo dejamos todo para profesionales? ¿Cómo, entonces,
profesamos nuestra fe?
¿Cómo han
de ser nuestras respuestas a los desafíos y exigencias de nuestros coetáneos?
Bibliografía
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cuore della vita francescana.
·
MERINO, Antonio José. Francisco de
Asís y la Ecología. Ed. PPC. Madrid, 2008.
·
AMIGO VALLEJO, Carlos. Francisco
¿cómo es Dios? Ed. Cisneros. Madrid, 1984.
·
AMIGO VALLEJO, Carlos. Francisco de
Asís y la Iglesia. Ed. PPC, Madrid, 2007.
·
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vol. XIV, n. 40 (1985) 27-44.
·
URIBE ESCOBAR, Fernando, ofm. Selecciones de
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·
Evangelización de las
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·
PABLO VI. (1975.12.08) Evangelii Nuntiandi:
Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”, acerca de la Evangelización del
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http://www.portalmisionero.com/en.htm
· BENEDICTO XVI. (2010.10.18). Carta a los seminaristas.
http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/letters/2010/documents/hf_ben-xvi_let_20101018_seminaristi_sp.html
·
CONCILIO VATICANO II. (1965.12.07).
Ad Gentes: Decreto Conciliar sobre la actividad misionera de la Iglesia.
http://www.portalmisionero.com/ag.htm
[1] Las cruzadas,
iniciada por el papa Urbano II, eran una especie de campañas militares
realizadas a petición del Papado. Tuvo lugar entre los siglos XI y XIV. En
total se organizó ocho cruzadas.
[2] Los excluidos de la
sociedad medieval eran los leprosos, quienes a causa de su enfermedad vivían
fuera de las ciudades.
[3] Los musulmanes son
aquellas personas que profesan y practican el Islam. Religión nacida en el s.
VII en la península Arábiga, a partir de las enseñanzas de Mahoma.
[4] INOCENCIO III,
papa. Bula “Quia maior” del 19-29 de abril de 1213.
[5]
cf. Test. 1-3.
[6] BROCANELLI,
Vincenzo. La missione cuore della vita francescana. Pag. 22.
[7] Mc 16,15; Mt
28,18-20.
[8] Mt 10,16.
[9] Mt 5,44.
[10] Mt 23,8-11.
[11] Mt 5,11.
[12] Jn 14, 27-31
[13]
http://www.aciprensa.com/noticia.php?n=32436
[14] Ibíd.
[15] RM. 46
[16] Ibíd.
[17] Mt 10,7-13.
[18] Concilio Vaticano
II. LG 1.
[19] Mt 28, 18-20.
[20] Consigna que
Francisco dedujo ante la presencia de Cristo crucificado, por el año 1205, en
la Capilla de San Damián.
[21] Mt 6,24.
[22] 1R 23, 11.
[23] AlD 1-6.
[26] Discurso inaugural
sobre el “Espíritu de Asís”: Benedicto XVI, peregrina a Asís y presenta a Francisco
como enamorado de Cristo.
[27] Ibíd.
[28] Oración: “Hazme un instrumento de tu Paz”,
atribuida a san Francisco de Asís.
[29] Benedicto XVI.
(2010.10.18). Carta a los seminaristas.
[30] En la Regla no se
menciona a los Obispos, quizás porque ellos son los pastores del inmenso rebaño
o por respeto al orden jerárquico de la Iglesia.
[31]Sacerdotes,
diáconos, subdiáconos, acólitos, exorcistas, lectores, ostiarios y todos los
clérigos.
[32] MATURA,
Thaddée, ofm. El inmenso pueblo de la Iglesia.
[34]
2CtaF 33
[35]
Test 8
[38] Desde
1985-2010. Denunciados con intensidad entre 2002-2010: en EE.UU México,
Australia, Brasil, Sudáfrica, Irlanda, Italia, Argentina, Alemania, Holanda,
Austria, Suiza, Vaticano, Noruega, Reino Unido, Malta, etc.
[40] José Antonio Merino,
retomando la concepción buenaventuario
de la creación, habla sobre la creación con siguientes expresiones: semáforos visibles de la trascendencia, semáforos
naturales de la divinidad, rastros o sombras de Dios, vestigios, etc.
[41] Decálogo
ética-ecológico presentado por Antonio Merino, en su libro titulado “Francisco
de Asís y la Ecología. Pág. 148-151.