Francisco de Asís


FRANCISCO DE ASÍS,
LUCES PARA EL MISIONERO DE NUESTRO TIEMPO
Ir por el mundo -anunciando el Evangelio- sin disputa ni controversia”. Estas palabras que Francisco mandó escribir en su Regla son realmente muy inspiradoras para nuestra labor pastoral. En nuestra acción apostólica-pastoral comprobamos que no hay otra forma más inteligente de anunciar el Evangelio. Sin disputa ni controversia. Tampoco se trata de imponer el Evangelio a las culturas y a los hombres, por más buena noticia que sea. En ese sentido, la propuesta de Francisco sigue siendo actual y novedosa.  
Más aun, Francisco nos indica en qué momento se ha de anunciar el evangelio: “cuando le parezca que agrada al Señor”. Esto significa que todo aquel que se siente llamado a anunciar el Evangelio ha de estar en comunión permanente con Dios, ha de estar atento a la voz de Dios, ha de saber leer e interpretar los signos de los tiempos para no traicionar la novedad y fuerza renovadora del Evangelio.
 Francisco es realmente fascinante no solo por su estilo único de vivir el Evangelio, sino también por su modo de anunciar y contagiar el Evangelio en las culturas y religiones antagónicas. Conozcamos entonces de cerca a Francisco. Este trabajo sea un instrumento motivador para adentrarnos en el mundo de Francisco: su época, su vocación, su concepción de misión, su modo de anunciar el Evangelio, el compendio de su misión y el fin de la misma.
Que Francisco de Asís nos ayude a entregar la vida por el Evangelio, a ser servidores de Dios, de los hombres, de la Iglesia y de la creación; a ser constructores del Reino de Dios y a ser instrumentos de paz, unidad, comunión, diálogo y encuentro en nuestra Iglesia, en nuestro mundo y entre nuestros hermanos. Es decir, seamos los rostros vivos de Francisco en nuestro tiempo.

1. Trasfondo histórico
         Francisco y su época.
Francisco de Asís es hijo-fruto de su tiempo. Sin él no se comprende. Nace, vive y muere entre el siglo XII-XIII, concretamente entre 1181 y 1226. Época caracterizada por muchas tensiones y conflictos debido a las transformaciones y contrastes en diversos aspectos y niveles. Se trata de un tiempo marcado, en el ámbito político, por el sistema feudal imperante, las guerras santas y las cruzadas[1]; en el plano religioso, por la opulencia y señorío de la jerarquía eclesiástica; en el campo social, por el sistema estatista y elitista, el nacimiento de la burguesía y de movimientos contestatarios,  la división abismal entre la nobleza, el pueblo y los “excluidos”[2]; en el entorno económico, por la floración del comercio y de los negocios artesanales; en la esfera cultural-intelectual, por el impulso de escuelas junto a los monasterios y parroquias, el resurgimiento del interés por la cultura antigua y el surgimiento de nuevos métodos filosóficos-teológicos que privilegian la razón.
En aquella época, los países occidentales cristianos, bajo la prédica y el liderazgo del Papa, sentían la obligación de reconquistar los santos lugares (Tierra Santa), que estaban en manos de los musulmanes[3]. El papa Inocencio III en el año 1213 incitó a los fieles a la quinta cruzada exclamando: “carguen con su cruz y síganme[4]. Los cruzados (fieles cristianos) a cambio de su participación en las cruzadas adquirían ciertos privilegios terrenales, indulgencias y la Salvación. A ésta efervescencia religiosa no fue ajena la ciudad de Asís, tierra de Francisco. 

Francisco y su vocación.
Francisco, nace en una familia religiosa de clase burguesa, en Asís (Italia), el año 1181-2 aproximadamente. Su padre, Pedro Bernardone, es un comerciante dedicado a la venta de telas finas en Italia y Francia. Su madre, doña Pica, es una mujer muy religiosa dedicada a los quehaceres de la casa y a las cosas de Dios. La que probablemente encendió la “chispa divina” en el corazón de Francisco, o la que al menos le reveló la ternura y bondad de Dios.
Francisco es educado, como todo aldeano, en las costumbres propias de su época y cultura. Aprende oficios familiares. Va a la escuela del pueblo. Conoce muchos amigos. Saca a flote sus talentos de juglar. Contagia y se contagia del espíritu juvenil. Le fascina las aventuras y los retos. Sueña con ser alguien importante, caballero. Percibe también, entre sus coetáneos, el modo de vivir, de relacionarse, de comunicarse, etc. Contempla que su mundo es un mundo único en belleza y armonía. Un mundo que por sí canta, florea y verdea a todo dar. Pero también ve y siente que los hombres no se aman, que el derecho, la libertad y justicia no se respeta, que los pobres son aislados de la vida social, que el odio y la venganza se han instalado en el corazón de la gente, que el prestigio y la fama suscita soberbia e infelicidad, que mucha gente muere en vida por la falta de caridad y ternura, y que “el amor no es amado”. ¿Indiferencia o compromiso? ¿Qué hacer?
Francisco, entre el asombro y la confusión, busca señales de vida. Se preguntaría: ¿Dónde encuentro la luz?, ¿quién me muestra el camino?, ¿qué camino emprendo?, ¿en quién me fío?, ¿qué hago?, ¿a dónde voy?, etc. Busca respuesta aquí y allá.  Recorre los caminos de Asís. Se suma a la lucha de su pueblo contra Perusa. Salen a su encuentro los leprosos, pero no los comprende, los rechaza, los margina y les niega la caridad. En una de las tantas batallas cae prisionero. Allí experimenta en carne propia su fracaso. Siente la soledad, humillación y dolor.
Recobrada la libertad, pensado que lo suyo es la caballería emprende una nueva batalla. En el trayecto se sintió enfermo y se echó a descansar. Según cuentan los Escritos de Francisco, él entre semidormido oyó que alguien le preguntaba: “¿quién te puede ayudar más, el Señor o el siervo?” Como que si respondiera, se le preguntó nuevamente: “¿Por qué, pues, dejas al Señor por el siervo, y al príncipe por el criado?”  Y entonces Francisco contestó: “¿Señor, qué quieres que haga?” (cf. TC 6).  Experiencia que le cambio de rumbo, de horizonte, de mirada, de búsqueda, de modo de vivir. Experiencia que le obligó a “regresar a Asís”. Experiencia que recuerda al mandato del Resucitado a los discípulos: “Id a Galilea, allí me veréis” (Mc 14,28). Pareciera que en la experiencia de Francisco la voz declarativa es: “Francisco, regresa a Asís, allí me verás y se te dirá lo que tienes que hacer”.
Francisco, en Asís, es recibido con recelo. Sus compañeros y la gente, en vez de ayudarlo, se burlan de él. Lo tratan de insensato y loco. Lo marginan como a uno de tantos miserables que circundan en las afueras de la ciudad: los leprosos. Francisco es marginado no porque sea leproso, sino porque ha traicionado a su patria. Cuando debería estar en la guerra, luchando por su ciudad, está en Asís. Pero justamente en Asís, en su tierra natal, suceden tres acontecimientos muy importantes que marcaron para siempre la vida de Francisco: el Encuentro con el leproso, el Encuentro con Cristo crucificado de San Damián, y el Encuentro con el Evangelio en la Iglesia de Santa María de la Porciúncula. La consecuencia de estos “Encuentros” es la renuncia de la casa paterna y de los bienes temporales, la restauración de la abandonada capilla de San Damián, y el cobijo en el manto del Obispo de Ostia.
Francisco ha encontrado lo que buscaba y lo que quería. La Buena Nueva de Cristo transforma su vida, interior y exteriormente. Se hizo pobre. Tomó el afán de anunciar el mensaje de alegría, esperanza y amor contenido en la Biblia. Tomó la tarea de llevar la paz y el bien a todos los hombres, de construir el Reino de Dios iniciado por Jesucristo. Recorre afanosamente las calles de Asís predicando el Evangelio, con la vida y el ejemplo. Quiere hacer partícipes a la gente de su alegría, de su encuentro con Dios. Francisco no es egoísta ni mezquino con la bondad de Dios que obra en él. Quiere que los demás también descubran la presencia viva de Dios en sus corazones, en sus vidas, en sus historias personales, en el prójimo pobre y marginado, y en la creación entera. Esta experiencia de conversión atestigua bien la expresión: “lo que antes me parecía amargo ahora me es dulce[5], localizada en su Testamento.

Francisco y su concepción de misión.
Francisco de Asís se encuentra con el Evangelio (Jesucristo). Descubre que Dios en Jesús se ha hecho pobre, humilde y sencillo por amor a los hombres. Francisco queda asombrado de tanta bondad, ternura y amor. Jesucristo es el enviado (ungido) del Padre. Él es el primer misionero del Padre. Desde entonces Jesús, Hijo de Dios, para Francisco, no es un personaje importante del pasado, sino Dios vivo y presente que llama a los hombres -como en otros tiempos- a seguirlo y a construir el Reino de Dios, del amor, de la paz y de la fraternidad.
En la vida y vocación misionera de Francisco jugaron un papel importante los discursos de Jesús, concretamente el relato de la misión de los doce: “… no toméis camino de los gentiles…id proclamando en Reino de los cielos… curad a los enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios…no procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias…”  (cf. Mt 10). Francisco percibe que el mandato de Jesús es claro, no necesita interpretación alguna.
Francisco va descubriendo lentamente que su misión es invitar a los hombres, creyentes o no creyentes en Cristo, a seguir una vida basada en el Evangelio y en la fe en Dios. De ir por el mundo anunciando la Buena Nueva de Dios de modo pacífico, sencillo y humilde, sin promover disputas ni controversias. Menos empleando las armas mortíferas, el poder y el dominio.
La Iglesia -el Papa, el clero y los cruzados- estaba convencida que lograría rescatar los Lugares Santos con la espada, con la sangre y el martirio. Muestra de ello, los teólogos justificaban las cruzadas con razones bíblicas y dogmáticas. Los predicadores explicaban la necesidad de las cruzadas a los fieles. Los conventos vendían cálices de oro y plata para financiar las embarcaciones. Los fieles entregaban sus propiedades para exterminar al enemigo. A cambio de todo este esfuerzo recibirían indulgencias y absoluciones.
Francisco, aunque marcado por la concepción común de misión de su tiempo, es consciente que Dios no quiere peleas ni armas ni controversias ni matanzas entre los hombres, sino la paz, el respeto, la caridad, la justicia y la fraternidad. Es decir, una convivencia pacífica entre cristianos y musulmanes, entre creyentes y no creyentes en el Hijo de Dios. Se trata de fomentar una convivencia-encuentro donde sea posible vivir dignamente alabando y agradando a Dios con toda la creación en toda ocasión.
En la concepción de misión de Francisco fue decisivo el encuentro con el Sultán Malek-al-Kamil. En palabras de Vincenzo Brocanelli, ofm, “aquel encuentro de Francisco con el Sultán fue ciertamente una experiencia única que marcó profundamente su espíritu e inspiró una nueva visión de la misión…[6]. Francisco recomendó a sus hermanos que “dondequiera que estén deben seguir el ejemplo de Jesús, el cual se entregó por todos” (cf. 1R 16,10s). El fundamento de la vocación misionera es la obediencia y la sumisión a toda criatura. La superioridad y la soberbia no tienen lugar en la misión franciscana. Cristo siendo de condición divina se encarnó y se puso al servicio de los hombres. Los hombres no son más que el Hijo de Dios.
En consecuencia, para Francisco, la misión es evangelizar más con  el ejemplo que con palabras, con la vida que con las armas, con el Evangelio que con teorías, con testimonio que con discursos, con la humildad que con la soberbia, con la sencillez que con acciones apoteósicas. Es más, la misión de paz se basa en la inspiración divina, no en caprichos humanos, menos la fama y el proselitismo (cf. 1R 16,3).

Francisco y su viajes misioneros.
Francisco es un creyente apasionado de la Palabra de Dios. Hace suyo las palabras y acciones de Jesús: “…vayan por todo el mundo y proclamen el Evangelio a toda la creación”[7], “…les envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como las palomas”[8], “… amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan”[9], “…todos vosotros sois hermanos…el mayor entre vosotros será vuestro servidor”[10], “dichosos son los que son perseguidos y calumniados por mi causa”[11]. Estas palabras inspiran y animan el espíritu misionero de Francisco. Seis años, después de su conversión (1212), Francisco, consecuente de su vocación misionera, quería viajar a tierra de misiones de aquel tiempo: Marruecos, Siria, Tierra Santa. El objetivo era ir  de misión a tierra musulmana para predicar a Cristo y si era posible morir por él. Francisco probablemente realizó tres viajes:
El primer viaje, en el año 1212. Partió de Asís con destino a Siria, pero fracasó a causa de una tormenta. Su barco fue desviado a las costas de Dalmacia (cf. 1Cel. 55).
El segundo viaje, en el año 1213-14, Francisco se encaminó con el hermano Bernardo con destino a Marruecos, pasando por Francia y España (cf. 1Cel. 56). Algo no esperado sucedió en España: se enfermó de malaria y tuvo que regresar. Fracasó nuevamente el viaje.
El tercero y último viaje, en 1219-20. Francisco, en el capítulo de Pentecostés, decidió enviar hermanos a Túnez y Marruecos, mientras él iría con algunos hermanos a Egipto: Tierra Santa. Se embarcaron en el barco que llevaba a los refuerzos en Damieta (Egipto). Allí, el desenfreno, la avaricia y peleas entre los cruzados convencieron a Francisco que la “guerra santa” no era justa ni evangélica. Francisco prefirió ir donde el Sultán en son de paz sin armas, pero los cruzados le impidieron, ya que estaban convencidos de que lograrían la victoria total. Solamente después que el ejército musulmán los derrotó lo dejaron ir a Francisco donde el Sultán bajo sus propios riesgos y peligros (cf. LM 9,8).  El encuentro entre Francisco y el líder musulmán es atestiguado por Jacobo de Vitry: “...durante varios días él y los suyos le escucharon con mucha atención la predicación de la fe de Cristo. Pero, finalmente, el sultán, temeroso de que algunos de su ejército se convirtiesen al Señor por la eficacia de las palabras del santo varón y pasasen al ejército de los cristianos, mandó que lo devolviesen a nuestros campamentos con muestras de honor y garantías de seguridad, y al despedirse le dijo: 'Ruega por mí, para que Dios se digne revelarme la ley y la fe que más le agrada” (TsJ. 32).
Este acontecimiento, tan importante en la vida y espíritu de Francisco, es visto con recelo por sus biógrafos. Estos fijándose solamente en los resultados políticos aseveran que Francisco, aunque dejó una gran impresión en el entorno musulmán, fracasó en sus planes: no convirtió al Sultán ni logró el martirio deseado ni la paz entre cristianos y musulmanes ni la aceptación de su idea: “cruzada sin armas”.
Lo cierto es que Francisco no pretendió convertir a nadie, ni quiso que todos sean cristianos, pero sí quiso que haya un clima de respeto, de diálogo, de tolerancia, de hermandad, de cooperación, de cercanía, y de apertura. Quiso una manera nueva de tratar y relacionarse entre los hombres, entre Dios y los hombres, entre los hombres y la creación. En ese sentido, el modo como fue Francisco ante el Sultán es un signo profético, un modo nuevo de ver a Dios, a los hombres y a la creación. Una nueva manera de ser discípulo y misionero de Jesús (Dios), de ser y estar en el mundo sin ser del mundo, de ser constructores del Reino de Dios, sin renunciar el Evangelio y la identidad cristiana.

2. Estatuto misionero de  Francisco
El capítulo 16 de la Regla no Bulada es considerado como el “estatuto misionero” por excelencia. Este surgió como secuela del encuentro con el mundo islámico. El estatuto contiene los elementos esenciales de la vocación misionera, tanto para Francisco como para sus seguidores y fieles cristianos. La regla prescribe: … los hermanos que van por el mundo no promuevan disputas y controversias, sino que se sometan a toda humana criatura por Dios (1 Pe 2,13) y confiesen que son cristianos. Cuando les parezca que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios para que crean en Dios omnipotente, Padre e Hijo, y Espíritu Santo, creador de todas las cosas, y en el Hijo, redentor y salvador, y para que se bauticen y hagan cristianos" (1 R 16,5ss).
Aquí se muestra claramente la forma y estilo de vida que deben observar y guardar los misioneros: itinerancia, sumisión, escucha a Dios, confesión de la fe, predicación y anuncio de la Palabra de Dios.

Ir por el mundo sin disputas ni controversias.
Dios es el Bien y Dios es la Paz. El bien y la paz son manifestaciones del amor y de la bondad del Señor. Los seguidores de Francisco han de “ir por el mundo”  anunciando el bien y la paz que proceden de Dios. Deben hacer de sus vidas, claro reflejo de la sencillez, humildad y amistad de Dios. Solo la paz y el bien que proceden de Dios construye, edifica, dignifica y pacifica las relaciones humanas.
Cuando vayan por el mundo, han de ser pacíficos y mansos (cf. 2R 3,11). Más aun cuando van a tierra de infieles. La conturbación y la guerra impiden la paz, la reconciliación, la conversión y el diálogo. No se va al mundo, en concepción de Francisco, para llevar maldiciones sino bendiciones de Dios. Francisco decía: “el Señor… vuelva a ti su rostro y te conceda la paz” (BenL). En consecuencia, “ir por el mundo” expresa la disposición sincera para el encuentro, el diálogo y la solidaridad. Ir por el mundo sin disputas es un estilo de caminar y de estar en el mundo, sin ser del mundo.
Los que siguen a Cristo como Francisco han de ir por el mundo, no fomentando divisiones ni controversias ni conflictos, sino procurando el bien y la paz, siendo humildes y sencillos, siendo siervos y servidores. No ha de haber otra intención que la de llevar la paz de Cristo que pacifica el alma y el corazón: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman![12]. El espíritu de Jesús ha derribado todas las barreras del mundo. Con esa confianza ha de irse por el mundo sin promover peleas ni contiendas, sino como humildes servidores y embajadores de Cristo.
Asimismo los que van por el mundo nada han de apropiarse: ni casa ni lugar ni cosa alguna (2R 6,1). Ya que tener posesiones  supone poseer armas para defenderlas, dijo una vez Francisco al Obispo. Tampoco han de adueñarse de las enseñanzas de Jesús (Evangelio) como propias. Si alguna propiedad se posee ha de estar al servicio de los demás.
Van al mundo los hermanos no para ganar fama y privilegio ni para quedarse en el mundo sino para transmitir la paz y servir a todos los hombres como Cristo. En consecuencia, la misión original es ir por el mundo entre la gente, caminar y estar con el pueblo, sin llevar nada, anunciando la paz. No litigando por ningún motivo, sino trabajando con sencillez y sumisos a toda criatura. Este estilo de vida, en tierra de “infieles”, más aún en guerra, no es nada fácil. Supone confianza plena en la providencia de Dios.

Sumisos a toda criatura humana por amor.
Esto supone un nuevo modo de tratar y de relacionarse con los hombres y con la creación. Francisco ve en cada criatura la imagen de Dios. Toda la creación le habla de Dios. De allí que los llama “hermanos”. Por lo general los hombres tratan de someter y dominar, pero entre los seguidores de Francisco no ha de ser así. Sumisos a toda criatura por amor a Dios. Esto significa respetar y valorar la dignidad de todas las cosas, en cuanto que tienen a Dios como por Creador. Francisco mismo confiesa en su testamento: “estábamos sometidos a todos” (Test 19).
Francisco y sus compañeros en vez de poder, vanagloria, soberbia y avaricia optaron por la bondad, el respeto, la igualdad y la caridad fraterna. Aquí lo importante no son las estructuras jerárquicas basadas en autoridad, poder y explotación sino la vida de las personas y la vida de todas las  cosas que existen en la creación.
Francisco proféticamente exhorta a sus hermanos que cuando vayan entre los infieles (sarracenos) o a tierra de misión, en vez de someter a infieles (hombres) han de someterse a ellos. Han de compartir sus vidas, sus trabajos, sus comidas sin esperar nada a cambio. Con ello, va en contra de la postura común de su tiempo: “el cristiano no debe servir a los paganos”. Francisco comprende que no está en el mundo y la Iglesia para ser servido y ser aplaudido por la gente y las autoridades de orden político y social, sino para servir desde la sencillez, desde el amor, desde la simplicidad.

Anunciar el Evangelio “cuando les parezca que agrada al Señor”
La predicación y el anuncio del Evangelio es tarea de todos los fieles cristianos. No basta con llamarse cristianos ni seguir a Jesús. Es necesario vivir realmente como cristianos, vivir como Jesús. Francisco tomó conciencia de su condición de ser seguidor de Jesús.
Francisco anunció el Evangelio con la vida y el ejemplo, más que con teorías, palabras y discursos. La predicación en su tiempo era meramente discursiva, intelectual y doctrinal. La Iglesia del momento pensaba que la gente se convertiría con sermones y cátedras filosóficas y teológicas. Francisco, en cambio, exhorta a sus hermanos a que prediquen “más con el ejemplo que con las palabras” (TC 36).
Para Francisco, los hermanos predicadores antes de predicar deben escuchar y esperar una señal de Dios. Lo que se anuncia no son las palabras humanas, sino la Palabra de Dios. La pauta de predicación fue entonces, en primer lugar, encuentro y experiencia profunda de Dios; en segundo lugar, discernimiento y asimilación de la Palabra de Dios en la vida personal y comunitaria; y en tercer lugar, el anuncio kerigmático con brevedad de sermón.
Francisco aconseja que no se trata de llegar a un lugar (región) e inmediatamente anunciar el Evangelio, sino descubrir primero la presencia viva de Dios en la tierra de misión. Escuchar y esperar la voluntad de Dios. Leer e interpretar los signos de los tiempos. El misionero ha de consultar primero a Dios para luego anunciar. La 1R 16,7 señala que Francisco y sus hermanos cuando fueron a los sarracenos se preguntaron antes del anuncio: ¿le parece y agrada a Dios que comencemos a predicar? Dios no excluye a nadie de su bondad. Dios se da a todos por igual, sean cristianos o musulmanes, creyentes o no creyentes. En todo se puede descubrir la presencia de Dios. Francisco descubre la presencia de Dios en toda la creación.
Francisco no detalla qué señal deben esperar los hermanos. Pero deja claro que Dios no quiere peleas ni controversias en la predicación, tampoco la división entre buenos y malos, entre dominadores y dominados, entre superiores e inferiores. Tampoco la guerra entre religiones. A Dios le agrada la igualdad, el respeto, la paz y la justicia. Que los hombres sean más humanos.
La predicación-misión no está reservada únicamente a los ministros de la palabra (sacerdotes) sino también a todos los fieles, a todos los hermanos. De modo que nadie puede gloriarse ni vanagloriarse (cf. 1R 17,4).

Resultado de la misión: bautismo o rechazo.
El fruto del anuncio o de la predicación puede ser el bautismo o el rechazo a la predicación. En el primer caso, los “paganos” se incorporan a la fe cristiana por medio de Bautismo; en el segundo, el rechazo a la predicación y la persecución al misionero que puede acabar en martirio.
Lo que debe quedar claro es que tanto el bautismo como la predicación solamente deben realizarse cuando parezca y agrada a Dios. Por tanto, no se trata de bautizar ni de predicar por iniciativa y capricho propio. Todo debe estar conforme al plan y voluntad de Dios.
Francisco recuerda también a sus hermanos que no han de vacilar ni avergonzarse de anunciar a Cristo, pobre y crucificado. Los que siguen a Jesús han de estar dispuestos a correr el mismo destino de Cristo: morir en la cruz.
Los primeros hermanos misioneros de Francisco, según la crónica de Jordán de Giano, sufrieron la persecución, maltratos y martirio en carne propia (cf. Cr. n. 5). En consecuencia, la misión supone una confianza plena en la bondad de Dios y una entrega sincera de la vida al servicio de los demás, sin esperar recompensa alguna.

3. Contenido de la misión franciscana
         Construcción del Reino de Dios.
El Reino de Dios es un don gratuito del Padre y está abierto a todos y llega a todos. Pero no se impone ni amenaza a quien no asume. Todos los hombres estamos llamados a colaborar y a construir el Reino de Dios, de modo particular, los bautizados en Cristo Jesús. Es una invitación a la entrega, a la libertad, a la felicidad, a la comunión y al encuentro.
Dios ama infinitamente y quiere hacer partícipe al hombre, de su Proyecto. Dios pone en marcha su soberanía, no porque el hombre fuerce a Dios a hacerlo o porque el hombre lo merezca, sino porque Dios quiere y ama. Se trata de un proyecto que busca la liberación y salvación del hombre. Este proyecto del Padre empezó en y con Jesús de Nazaret, quien recorría por toda Galilea, Samaría y Jerusalén invitando y anunciado la llegada del Reino a todos: ricos y pobres, puros e impuros, santos y pecadores, etc. Entrar y participar en el Reino es aceptar la Buena Nueva de Padre trasmitida por Jesús. En consecuencia, la construcción del Reino de Dios no depende únicamente de Dios, sino también depende de la entrega, la colaboración y la disposición de los hombres. 
Francisco, por su intenso amor a Dios y al Evangelio, se siente llamado e inspirado a cooperar en la construcción del Reino. El Reino de Dios, para Francisco, no es un concepto ni una doctrina ni un programa que hay que cumplir, sino es ante todo un “Proyecto no humano” a la que hay que servir-colaborar sin esperar méritos y recompensas. La construcción del Reino no supone inacción ni indiferencia sino dinamismo, entrega, servicio, cooperación, fidelidad y compromiso. Trabajar y construir el Reino implica reconocer y favorecer el dinamismo divino que está presente en la historia y en el corazón del hombre; supone también buscar la liberación del mal en todas sus formas y consecuencias, es decir, luchar contra toda forma de esclavitud que impide la libertad, la justicia, y la realización plena del hombre.
Por ende, Francisco hace suyo, para sí y para sus hermanos, el proyecto de Padre. Despliega toda su vida, energía y voluntad en la construcción del Reino. Esta tarea asume no al margen de la Iglesia, sino dentro de ella.

Anuncio del Evangelio.
El Evangelio no es un libro ni una doctrina sino una Persona viva y presente. El Evangelio o la Buena Noticia de Dios Padre para la humanidad no es otra cosa que Jesucristo. Jesús es el envidado de Padre. El enviado no hace otra cosa que comunicar el mensaje salvífico y cumplir la voluntad del Padre. En consecuencia, anunciar el Evangelio no consiste en predicar una ideología ni en hablar discursos retóricos sino llevar a Cristo al corazón de los hombres que aún no conocen a Cristo.
El anuncio del Evangelio es ante todo anuncio y encuentro con Jesucristo, es el testimonio y comunicación de una realidad vivida (experiencia) que da sentido a la vida, es la narración de la Revelación de Dios en la historia concreta, y es la revelación de un misterio o proyecto de salvación. En palabras de Benedicto XVI, el Evangelio es “una hermosa noticia que hay que compartir” [13] y anunciar fielmente como agrada a Dios. Es decir, es una buena noticia que da vida, sentido y felicidad. Añade: “la tarea de anunciar el Evangelio no ha perdido su urgencia, ya que además de los pueblos que no conocen a Cristo hay quienes después de haber recibido el anuncio del Evangelio lo están olvidando y abandonando, y no se sienten parte de la Iglesia”[14].
El anuncio del Evangelio no tiene otro propósito que “la conversión, la adhesión plena y sincera a Cristo”[15]. La conversión supone “aceptar la soberanía de Cristo y hacerse discípulo suyo”[16]. Francisco comprendió tal propósito. Solo así se comprende la radicalidad evangélica de Francisco. Él primero vive el Evangelio sin añadirle ni quitarle nada, luego anuncia e invita a los demás a abrazar el Evangelio. No solo eso, sino cual otro Cristo, recorre los caminos invitando a todos los hombres a llevar una vida según el Evangelio, va a tierras de misión y envía a sus hermanos a proclamar el Evangelio a toda criatura, sin contiendas.
El Evangelio siempre es buena noticia para todos los hombres, en cuanto, que es fuerza de Dios. Francisco hace suyo el mandato de Jesús: “vayan por el mundo entero y proclamen que el Reino de Dios está cerca, curen enfermos, resuciten muertos, purifiquen leprosos, expulsen demonios. Gratis lo recibieron, denlo gratis. No lleven oro, ni plata, ni cobre en sus bolsillos; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón, porque el obrero merece su sustento”[17].Con esa confianza Francisco anuncia y lleva el Evangelio a todos los hombres y contextos socioculturales.

Edificación de la Iglesia.
La Iglesia es sacramento de Salvación[18], de encuentro y de comunión en la historia de la humanidad. La misión de la Iglesia es hacer realidad el proyecto Salvífico de Dios (Reino) y cumplir el mandato de Jesús: "¡Vayan, y hagan discípulos en todas las naciones!"[19].Este mandato, por más que cambie la historia y el hombre, sigue siendo el mismo. Es siempre antigua y, al mismo tiempo, muy actual y novedoso.
El Padre, en el Hijo por el Espíritu Santo, sigue invitando y llamando a la Iglesia (Bautizados en Cristo) a ser instrumento de comunión y renovación, a comprometerse con el Reino de Dios, a llevar su mensaje de amor y liberación a todos los pueblos y culturas. Iglesia que deja de asumir la invitación del Padre y la misión de Jesús deja de ser signo e instrumento de Salvación, deja de edificarse y fortalecerse, deja de ser semilla y levadura del Reino en el mundo. Es decir, deja de ser sacramento de Salvación. De allí, la urgencia y la necesidad de la cooperación y colaboración de los hombres con la tarea y la edificación de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo.
La respuesta a la invitación de Dios no es solo el cumplimiento de ciertos preceptos y la relación intimista y egoísta con Dios, sino es la entrega total de la persona a Dios, a Cristo, a los hombres, a la Iglesia. Francisco como hijo de la Iglesia comprendió que amar a Dios y seguir a Cristo es también amar y servir a la Iglesia, que lo suyo es llevar la Buena Nueva a todos los hombres y transformar el corazón de la misma humanidad. La Iglesia no es una infraestructura ni un círculo cerrado de creyentes, sino una comunidad de comunión y encuentro que asume y prolonga la misión de Jesús, el proyecto de Dios Padre. En consecuencia, lo importante de la Iglesia no es ella misma, sino Jesús, y la evangelización.
 Ve y repara mi Iglesia[20] fue la consigna que Francisco “recibió” en la Capilla de San Damián. Francisco sin dar mucha vuelta a las palabras se puso a construir la iglesia material, pero al mismo tiempo la Iglesia. Invita a todos a dejar la indiferencia, el individualismo, la avaricia, el protagonismo, ya que con estas actitudes  no se construye la Iglesia de Cristo, la fraternidad y la comunión. En consecuencia, construir la Iglesia significa dar y entregar lo mejor que tiene cada uno, dejar el proyecto personal por el proyecto de Dios, dejar que el Espíritu de Dios renueve y transforme la mente y el corazón del hombre, dejar toda tentación de soberbia y dominio, y ponerse al servicio de toda criatura, principalmente las menos favorecidas por la sociedad y el Estado.

4. Finalidad de la misión franciscana
         La misión franciscana no tiene otra finalidad que “servir”. Servir es, ante todo, un modo de relacionarse con Dios, con los hombres y con las criaturas de Dios. La actitud de servir nace del amor, del encuentro, de la contemplación y de la entrega a Dios que se manifiesta al mundo en Jesucristo. El servicio supone reconocimiento, desprendimiento, disposición y solidaridad. El servicio misionero franciscano se sintetiza en el servicio a Dios, al hombre, a la Iglesia y a la creación. Veamos cada uno de ellos:

Servicio a Dios.
Revisando la historia de la humanidad, descubrimos que “en nombre de Dios” se han hecho y se hace muchas barbaridades: cruzadas, guerras, holocaustos, revoluciones, etc. ¿Acaso Dios quiere esas cosas? Evidentemente que no. Dios quiere que aprendamos a amar y a servir no solo a Él sino también al prójimo, a su proyecto de amor y sus mandamientos.  Servimos a Dios por la forma en que vivimos los mandamientos que recibimos de Él, de Jesucristo, por el trabajo que realizamos para establecer el Reino de Dios en el mundo, por la forma en que actuamos ante nuestros semejantes y todo cuanto nos circunda.
Para servir a Dios con sinceridad hace falta renunciar a nuestros dioses personales, ya que según el Evangelio “no podemos servir a dos dioses al mismo tiempo”[21].  Renunciar a nuestros dioses significa eliminar de nuestra mente los pensamientos impuros, eliminar de nuestros corazones o al menos dominar todos los sentimientos de odio y maldad, liberar nuestras vidas de todo espíritu que no sea la de Dios, eliminar todas las cosas mundanas que nos impiden cumplir la voluntad de Dios, etc. Entonces, servir a Dios no es otra cosa que afanarse de las cosas de Dios como Jesucristo, san Pablo, san Francisco y tantos otros santos y santas precedentes.
Para Francisco, el servicio a Dios no es otro que amar, conocer, honrar, adorar y obedecer. De allí que el Santo insiste en que los hombres “creamos verdadera y humildemente, tengamos en el corazón, amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y sobreexaltemos, magnifiquemos y demos gracias al altísimo y sumo Dios eterno…»[22]. Por ende, el servicio, además de ser un acto voluntario y libre, es la oblación agradecida, la entrega desinteresada y la confianza total de la vida a Dios.
Nuestro mundo y nuestros pueblos necesitan hombres como Francisco que sirvan al Señor sinceramente. Que transparenten el amor, la bondad, la paz y la misericordia de Dios. Que sean instrumentos auténticos de comunión, de escucha, de encuentro y de diálogo. Que reconcilien al mundo con Dios y a la historia con el Evangelio, a los hombres con la buena noticia de Dios. Que sueñen y construyan un mundo más fraterno y más solidario. Que sientan la alegría en el servir y en el dar. Que sientan el gozo de vivir y comunicar el bien recibido. Que sientan la pasión por el proyecto salvífico de Dios (Reino) y por el Evangelio. Solamente de este modo se es un auténtico servidor y cooperador de Dios.
Concretando, los servidores de Dios son todas aquellas personas que desmienten las falsas teorías e imágenes elaboradas sobre Dios como castigador, legislador, celoso, paternalista, acaramelado, llorón, proteccionista, justiciero, etc. El mejor retrato de Dios aparece en el Cántico de las criaturas de Francisco: Dios único, fuerte, grande, altísimo, santo y rey del universo. Trino y uno, todo bien, el sumo bien, amor, caridad, sabiduría, humildad, paciencia, belleza, mansedumbre, seguridad, gozo, esperanza, alegría, justicia, templanza,  protector, custodio y defensor, dulzura, fortaleza… “Grande y admirable Señor, Dios omnipotente, misericordioso Salvador”[23]. Aquí cabría preguntarse sobre qué imagen de Dios manifestamos y transmitimos a nuestros niños y jóvenes, qué imagen de Dios anunciamos en nuestra vida cotidiana, en nuestras pastorales, en nuestras pláticas, encuentros y reuniones. No será que a falta de la presentación sana de Dios auténtico se busca un dios sucedáneo, un dios a criterio personal, un dios que nace y muere en la temporalidad.
En ese sentido, todos los hombres, principalmente los cristianos por nuestra condición, estamos invitado a ser sinceros y auténticos servidores, colaboradores, embajadores e instrumentos de Dios en el mundo, en la sociedad y en la Iglesia. Nuestro servicio a Dios, no se realiza auténticamente al margen de la Iglesia sino dentro de ella y con ella. Eso nos enseña Francisco. La Iglesia es el mejor aliado de aquellos hombres que quieren servir a Dios con voluntad e intenciones sinceras y sanas.

 Servicio al hombre.
Francisco cuando piensa en el servicio a Dios también piensa en el servicio al hombre. Servicio a Dios no es una mistificación ni una evasión de la realidad presente, sino implica un compromiso concreto con los hombres, sobre todo con los más marginados de la religión, de la sociedad y de la esfera gubernamental. Para Francisco, “el servicio es el acto libre de una persona que sabe amar”[24], de una persona que se siente amado por Dios y liberado de toda atadura egocéntrica y esclavitud. En consecuencia, el “servicio no ha de ser una actitud privativa del hombre, sino propio de toda criatura que sale de las manos de Dios”[25]. El servicio es una tarea prioritaria de todos los hombres, de la cual nadie debe excusarse.
Según Francisco, los hermanos han sido llamados para servir, para llevar esperanza, para predicar la conversión, para anunciar el bien y la paz, para defender la dignidad e igualdad de todas las personas, principalmente de los leprosos, los pobres, los marginados, etc. Si la sociedad margina y excluye a los leprosos, Francisco se pone al servicio de ellos, convive con ellos y con ellos denuncia toda injusticia social y rompe el muro inseparable de clases sociales. Si a uno quiere y respeta más, no es por la riqueza personal o el poder que ostenta, sino porque Dios está más cerca de los pobres. El más pobre, el más débil, el más enfermo le recuerdan a Cristo que se hizo pobre y nada.
Francisco es consciente que mientras haya marginados y pobres que claman a Dios no habrá desarrollo ni salvación ni felicidad. Francisco, desde su conversión, se transformó “en apóstol de los leprosos y marginados, en promotor de dialogo entre todos los hombres, particularmente del diálogo interreligioso”[26]. “Francisco -señala Benedicto XVI- es un verdadero maestro estas cosas. Pero lo es a partir de Cristo. Él es nuestra paz”[27]. Francisco, desde su confianza en Dios, denuncia toda forma de aislamiento, atomización, indiferencia religiosa, individualismo, armamentismo, contiendas.
Francisco inspira a dejarse encontrar por Cristo y partir de Él y desde Él trabajar en por la vida, la caridad y el servicio. Solo desde Cristo cobra sentido la siembra de la paz, el servicio a los leprosos, a los no creyentes, los no cristianos, a los necesitados y los últimos. De este modo Francisco nos anima a entregar la vida a los hombres por amor a Cristo, a entrenarnos en el camino de servicio y santidad. Realmente, Francisco es ejemplo de discípulo para nuestra sociedad y es paradigma de servicio desinteresado a los hombres.
 En el mundo como el nuestro, marcado por la secularización, la apostasía silenciosa de tantos bautizados, por la vivencia del catolicismo “light”, por la indiferencia religiosa, por la deshumanización, por la pérdida de sentido y de los valores humanos, Francisco de Asís nos incita a preocuparnos por los hombres, a devolverles la esperanza donde se está disipando, a vivir los valores del Evangelio, ser luz en medio de la tiniebla, a ser “instrumento de amor, de perdón, de unión, de verdad, de fe, de esperanza y de alegría donde hay odio, ofensa, discordia, error, duda, desesperación y tristeza”[28]. Ésta es una tarea no tan fácil. Es un desafío a nuestra vocación, a nuestra condición de vida, a nuestra opción de vida. Renunciar es no tener claro nuestra misión.
Los hombres de nuestro tiempo, a pesar del dominio tecnológico y la globalización, “necesitan de Dios, del Dios manifestado en Jesucristo y que nos reúne en la Iglesia universal, para aprender con Él y por medio de Él la vida verdadera”[29]. Es decir, los hombres necesitan que alguien les hable de Dios desde el corazón, que alguien les enseñe el camino que conduce a Jesucristo (Dios), que alguien les ayude a discernir los frutos de la gracia en la desgracia, que alguien luche por la dignidad y la defensa de los derechos humanos.
Francisco de Asís reconcilió a los hombres con Dios, la historia (su época) con el Evangelio, a los hombres entre sí. Nos toca seguir sus pasos y consejos, no repitiendo el mismo recorrido de Francisco, sino hacer lo nuestro a la luz del Evangelio.

Servicio a la Iglesia.
Leyendo la 1R 23,7 descubrimos que la Iglesia, para Francisco, es la muchedumbre inmensa de aquellos que “quieren servir a Dios en el seno de la Iglesia”, santa, católica y apostólica. Esa muchedumbre (Iglesia) está conformada por todos los “obispos”[30], órdenes[31], religiosos y religiosas, los conversos y pequeños, pobres e indigentes, reyes y príncipes, artesanos y agricultores, siervos y señores, vírgenes viudas y casadas, varones y mujeres, niños y adolescentes, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, pequeños y grandes, pueblos, gentes, tribus y lenguas, todas las naciones y todos los hombres de cualquier lugar y tierra[32]. Aquí, Francisco evidencia la universalidad de la Iglesia, pero no la visión clerical de la iglesia ni la función y la responsabilidad de sus miembros. En consecuencia, la Iglesia no es una comunidad de hombres selectos ni privilegiados ni de puestos sino de “elegidos” y servidores, que quieren cooperar con Dios en el mundo.  
Francisco ve que la Iglesia, en su tiempo, no es del todo santa ni del todo pecadora. Hoy como ayer, lo negativo siempre es instrumento de escándalo, crítica, acusación y rechazo. El clero de su tiempo, con frecuencia mediocre, ignorante e inmoral, era criticado con violencia por todos los reformadores y sus contemporáneos. Frente esta situación, Francisco se niega a ver pecado alguno en los ministros de la Iglesia. No quiere decir que sea cómplice o encubridor, sino denuncia proféticamente con actitud e intención respetuosa. Se pone al servicio de ellos respetuosamente: amándoles, venerándoles, honrándoles, etc. De mismo modo, invita a los fieles y a sus hermanos a venerar[33], reverenciar[34], amar[35], honrar[36], temer[37], etc. Con estas actitudes sensatas y humildes, Francisco invita corregirse no solo a los fieles en su modo de pensar y actuar sino también a los ministros que administran las cosas sagradas al pueblo de Dios. Así que, la actitud respetuosa y servicial no le quita ser lúcido, crítico  y exigente.
En la actualidad también vemos muchas irregularidades no solo de algunos ministros de la Iglesia sino también de algunos miembros de la iglesia, que en vez de acrecentar la credibilidad de la fe y la vida cristiana provocan todo lo contrario: anti-testimonio y escándalo. Por mencionar algunos: el caso de abusos físicos y sexuales a menores[38], la pedofilia encubierta por muchos años, la corrupción en el interior de las jerarquías, los conflictos en el ejercicio de poder que suscitan tensiones y luchas, etc.  
En esta complejidad, Francisco nos invita a estar “siempre sumisos y  sujetos a los pies de la santa Madre Iglesia[39]; permanecer firmes en la fe católica guardando, en pobreza y humildad, el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo; fomentar la unidad, la comunión y la reconciliación con todos por encima de diferencias y particularidades; buscar la liberación y salvación de todos los hombres, tanto creyentes como no creyentes; fomentar el diálogo y el encuentro sin creernos mejores y superiores a los demás; liberar a la Iglesia de toda forma de esclavitud, opresión e injusticia; denunciar con la vida radicalmente evangélica toda apariencia de dominio, poder, vanagloria y soberbia.
En consecuencia, Francisco nos enseña un modo más audaz y sensato de servir y amar a la Iglesia, sin ir demasiado lejos de nuestro contexto. La Iglesia se construye aquí y ahora con hombres y mujeres concretos. En vez de esperar una iglesia sin pecados y tensiones atrevámonos como Francisco por construir una Iglesia más entregada al Evangelio, más humana, más fraterna y acogedora. ¡Atrevámonos! a dejar de ser meros miembros de la Iglesia, a salir de nuestro claustro personal eclesial para ir por el mundo anunciando, desde el Evangelio, que otro modo de construir el mundo y la Iglesia es posible.

Servicio a la creación.
Toda la creación es obra de Dios. Toda criatura y cada una ellas son dones de Dios. Todas las criaturas y cada una de ellas hablan de Dios y remiten a Él. En palabras de Antonio Merino “son semáforos y signos a través de la cual Dios se comunica con el hombre y éste con su Creador”[40]. La creación, concretamente la naturaleza, no está de modo pasivo, pues es madre y educadora de los hombres. Todas las criaturas evocan al hombre sentimientos de inocencia, de fraternidad, de bondad, de solidaridad, de igualdad y de gratuidad. Por ende, la naturaleza, el hombre y Dios están en íntima conexión y relación, por motivos teológicos y cosmológicos.
Francisco, desde su fe, se coloca en medio de ellas, con ellas, no sobre ellas ni por encima de ellas. Ve la creación como una especie de templo de la Divinidad, donde se podría descubrir, contemplar, amar y servir al Creador. Ve como un medio en el que se puede vivir, sentir, descubrir y experimentar lo divino, y celebrarlo con, por y a través de todas las criaturas. En ese sentido, la creación es realidad y lenguaje, es presencia y símbolo, es materialidad y significación.
El profundo amor, respeto y alabanza de Francisco a Dios por la creación encontramos en el Cantico del hermano sol o Cántico de la criaturas. El Cántico revela la familiaridad, la simpatía y la espiritualidad de Francisco con respecto a cada una de las criaturas y a su Creador. Allí, Francisco, además de revelar, reconoce la magnanimidad de Dios y la dignidad y los atributos de la creación. Invita a una manera nueva de habitar, de ser, de relacionarse y de vivir, más allá de los presupuestos antropológicos y científicos, subjetivos y objetivos, de materialismo y espiritualismo.
En la actualidad, el hombre está perdiendo el sentido de fraternidad sincera, el sentido profundo de la vida, y de la convivencia responsable con la creación. Priman más la filosofía del mecanicismo y del consumismo, que trata al mundo como una máquina; el uso abusivo y exagerado de las cosa naturales como simples utensilios, que una vez usados hay que tirarlos; y la idea equivocada del hombre como conquistador, propietario y devastador irresponsable de la naturaleza. Frente al problema ambiental y la actitud hostil, contaminadora y depredadora del hombre, Francisco nos propone un modo diferente de “estar” en la creación y de “con-vivir” fraternalmente con todas las criaturas: descubrir el sentido religioso de la naturaleza como obra y criatura de Dios, ver y mirar el mundo entero (creación) como un poema bellísimo en el que está impresa la Trinidad creadora, redescubrir nuestra conciencia acústica para escuchar la resonancia y el lenguaje de la creación, reconocer que estamos intrínseca y constitutivamente vinculados al mundo, integrar todas las fuerzas y los esfuerzos para superar todo tipo de violencia que atente contra el hombre y la creación, trabajar en la promoción de un sistema alternativo que sustituya el egoísmo posesivo, el utilitarismo cósmico y el armamentismo, y crear una nueva pedagogía ecológica que nos permita ver, descubrir y tratar a la naturaleza como morada de los hombres y de Dios”[41].
En consecuencia, vivir desde la fe, como Francisco de Asís,  es ver, descubrir, interpretar y celebrar los dones maravillosos de la creación y colaborar promoviendo la justicia y viviendo en armonía y en paz con ella. Erradicar nuestros instintos codiciosos y agresivos para crear vínculos fraternos y una sintonía vital entre los hombres y la naturaleza. Solo así podremos cantar armónicamente como Francisco: “Loado seas, mi Señor, por la hermana madre Tierra y por todos los que la habitan” (Sn Fco).

Conclusión
A modo de conclusión, quiero compartir estas preguntas que nos pueden ayudar a tomar conciencia sobre nuestra vocación cristiana en el mundo: ¿Buscamos el Reino de Dios y su justicia? ¿Somos heraldos del Reino? ¿Qué anunciamos, qué dicen nuestras obras, nuestras palabras, nuestras ilusiones, nuestras expectativas?
¿Vamos a la Iglesia? ¿Estamos en y con la Iglesia? ¿Qué hacemos en y con la Iglesia? ¿Participamos en la misión de la Iglesia? ¿En qué colaboramos con nuestra parroquia? ¿Estamos activos en sus organizaciones? ¿Damos algo más en el voluntariado? o ¿lo dejamos todo para profesionales? ¿Cómo, entonces, profesamos nuestra fe?
¿Cómo han de ser nuestras respuestas a los desafíos y exigencias de nuestros coetáneos?

Bibliografía
·         BROCANELLI, Vincenzo. La Missione cuore della vita francescana.
·         MERINO, Antonio José. Francisco de Asís y la Ecología. Ed. PPC. Madrid, 2008.
·         AMIGO VALLEJO, Carlos. Francisco ¿cómo es Dios? Ed. Cisneros. Madrid, 1984.
·         AMIGO VALLEJO, Carlos. Francisco de Asís y la Iglesia. Ed. PPC, Madrid, 2007.
·         MATURA, Thaddée, La Iglesia en los escritos de Francisco de Asís, en Selecciones de Franciscanismo, vol. XIV, n. 40 (1985) 27-44.
·         URIBE ESCOBAR, Fernando, ofm. Selecciones de Franciscanismo: Servicio, según los escritos de san Francisco de Asís. Vol. XIX, n. 57 (1990) 399-413.
·         Evangelización de las Culturas en la ciudad de México, 1172, 1175,1177, 1179, 1180, 1183.
·         DIRECTORIO FRANCISCANO. Fuentes biográficas franciscanas. Crónicas de Giano. http://www.franciscanos.org/fuentes/giano00.html.
·         JUAN PABLO II, Carta encíclica Redemptoris missio: Sobre la misión del Redentor, 1990.
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_07121990_redemptoris-missio_sp.html
·    PABLO VI. (1975.12.08) Evangelii Nuntiandi: Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”, acerca de la Evangelización del mundo contemporáneo.
http://www.portalmisionero.com/en.htm
·    BENEDICTO XVI. (2010.10.18). Carta a los seminaristas.
http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/letters/2010/documents/hf_ben-xvi_let_20101018_seminaristi_sp.html
·    CONCILIO VATICANO II. (1965.12.07). Ad Gentes: Decreto Conciliar sobre la actividad misionera de la Iglesia.
http://www.portalmisionero.com/ag.htm


[1] Las cruzadas, iniciada por el papa Urbano II, eran una especie de campañas militares realizadas a petición del Papado. Tuvo lugar entre los siglos XI y XIV. En total se organizó ocho cruzadas.
[2] Los excluidos de la sociedad medieval eran los leprosos, quienes a causa de su enfermedad vivían fuera de las ciudades. 
[3] Los musulmanes son aquellas personas que profesan y practican el Islam. Religión nacida en el s. VII en la península Arábiga, a partir de las enseñanzas de Mahoma.
[4] INOCENCIO III, papa. Bula “Quia maior” del 19-29 de abril de 1213.
[5] cf. Test. 1-3.

[6] BROCANELLI, Vincenzo. La missione cuore della vita francescana. Pag. 22.
[7] Mc 16,15; Mt 28,18-20.
[8] Mt 10,16.
[9] Mt 5,44.
[10] Mt 23,8-11.
[11] Mt 5,11.
[12] Jn 14, 27-31
[13] http://www.aciprensa.com/noticia.php?n=32436
[14] Ibíd.
[15] RM. 46
[16] Ibíd.
[17] Mt 10,7-13.
[18] Concilio Vaticano II. LG 1.
[19] Mt 28, 18-20.
[20] Consigna que Francisco dedujo ante la presencia de Cristo crucificado, por el año 1205, en la Capilla de San Damián.
[21] Mt 6,24.
[22] 1R 23, 11.
[23] AlD 1-6.
[24] Selecciones de Franciscanismo, vol. XIX, n. 57 (1990) 399-413
[25] Ibíd.
[26] Discurso inaugural sobre el “Espíritu de Asís”: Benedicto XVI, peregrina a Asís y presenta a Francisco como enamorado de Cristo.
[27] Ibíd.
[28] Oración: “Hazme un instrumento de tu Paz”, atribuida a san Francisco de Asís.
[29] Benedicto XVI. (2010.10.18). Carta a los seminaristas.
[30] En la Regla no se menciona a los Obispos, quizás porque ellos son los pastores del inmenso rebaño o por respeto al orden jerárquico de la Iglesia.
[31]Sacerdotes, diáconos, subdiáconos, acólitos, exorcistas, lectores, ostiarios y todos los clérigos.
[32] MATURA, Thaddée, ofm. El inmenso pueblo de la Iglesia.
[33] 1 R 19,3; 2CtaF 33
[34] 2CtaF 33
[35] Test 8
[36] Ibid.
[37] Ibid.
[38] Desde 1985-2010. Denunciados con intensidad entre 2002-2010: en EE.UU México, Australia, Brasil, Sudáfrica, Irlanda, Italia, Argentina, Alemania, Holanda, Austria, Suiza, Vaticano, Noruega, Reino Unido, Malta, etc.
[39] 2Regla 12,4.
[40] José Antonio Merino, retomando la concepción buenaventuario de la creación, habla sobre la creación con siguientes expresiones: semáforos visibles de la trascendencia, semáforos naturales de la divinidad, rastros o sombras de Dios, vestigios, etc.
[41] Decálogo ética-ecológico presentado por Antonio Merino, en su libro titulado “Francisco de Asís y la Ecología. Pág. 148-151.