Cuando observo el campo sin labrar, las
herramientas de labranza sin usar, y la tierra desolada, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?
Cuando observo la injusticia, la desigualdad y la corrupción que aplasta
al débil, cuando veo al dominador vanidoso enriquecerse del ignorante y del pobre, del obrero y del campesino carente de
recursos para defender sus derechos, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?
Cuando me encuentro con la anciana olvidada, de mirada melancólica, que balbucea algunas palabras de amor
por el hijo
que la abandonó, me pregunto: ¿Dónde
estarán las manos de Dios?
Cuando veo al enfermo en su agonía llena de dolor, su familia (esposa e hijos)
deseando no verle sufrir, el sufrimiento intolerable y el grito suplicante de
paz y esperanza, me pregunto: ¿Dónde
estarán las manos de Dios?
Cuando miro a aquellos jóvenes atrapados en la drogadicción y el alcoholismo,
que eran antes fuertes y decididos, y ahora embrutecidos por la droga y el
alcohol, antes brillantes y llenas de esperanza, y ahora sin rumbo ni destino,
me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de
Dios?
Cuando observo a aquella joven hermosa atrapada en la prostitución,
vendiendo su cuerpo como si fuese un objeto, buscando sobrevivir a costa de muchas
burlas, de unos cuantos miserables centavos, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?
Cuando veo a aquel pequeño que me ofrece su periódico, su miserable
cajita de dulces sin vender; cuando lo veo dormir en la puerta de un zaguán
titiritando de frío con unos cuantos periódicos que cubren su frágil
cuerpecito; cuando su mirada me reclama una caricia, una sonrisa, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?
Después de ver mi ciudad y en ella a mis hermanos, me enfrento a Dios y
le pregunto: ¿Dónde están tus manosSeñor? para luchar por la justicia, para dar una caricia y un consuelo al
abandonado y al huérfano, para rescatar a la juventud de las drogas y la
prostitución, para dar amor y ternura a los olvidados, para consolar a
la gente sencilla que clama justicia, libertad y misericordia.
Después de un largo silencio responde a mi reclamo: "No te das
cuenta” “No ves que tú eres mis manos, mis pies, mis ojos, mi boca, mi enviado”.
Atrévete a usar todo lo que te he dado, a dar amor
y ternura al que necesita, a entregar tu vida a los demás. Sirve y consuela a
mi pueblo. Sal de ti mismo y ama como yo y como mi Hijo amado.
Entonces, comprendí que las manos de Dios somos "Tu y Yo”, los que
tenemos voluntad, el conocimiento y el coraje para luchar por un mundo más
humano y fraterno, aquellos cuyos ideales sean tan altos que no puedan dejar de
acudir a la llamada del destino, aquellos que desafiando el dolor, la crítica y
la blasfemia se desafían a sí mismos para ser cooperadores de Dios.
Señor, me doy cuenta que mis manos están sin llenar, no han dado lo que
deberían dar. Te pido perdón por el amor que me das y que no sé compartir.
El mundo necesita esas manos, llenas de ideales
y esperanza, dispuestas a dar y ofrecer los dones de Dios. El mundo necesita
esos hombres que sepan compartir y dar todo como Dios. El mundo necesita
hombres de esperanza, de entrega, de servicio. Hombres que sueñen despiertos
con un mundo y una sociedad más humana, justa y fraterna. Atrevámonos a ser
hombres de Dios, luego seremos mensajeros y portavoces de Dios. Aprovechemos el
poco tiempo que tenemos para sembrar, dar, amar, servir. Si no empiezas hoy no
lo harás mañana. Puede que mañana no llegue. Date el gusto comenzar y
recomenzar.