En mi caminar me he encontrado con muchos cristianos o
llamados cristianos. Algunos de éstos participan en ritos o cultos litúrgicos, van
a misa los domingos cuando le da la gana, llevan flores supuestamente para el
Señor, enciende velas en los altares porque hay mucha oscuridad, hacen altares
o procesiones llenas de colorido, dan limosna con moneda falsa, llevan ropas
sobrantes o viejas para los pobres, hacen obras sociales llamando la atención, etc.
Otros, ni siquiera eso. Al ver tanto “teatro y movimiento”, me acerco a algunos
y les pregunto: ¿por qué haces esto o aquello? Sin pensarlo mucho me responden:
“por el Señor o para el Señor”. Me quedo admirado de “tanta generosidad” y me
digo ¿tan poca cosa se merece Dios, el prójimo? ¿Es eso lo que agrada a Dios o
es solo el gusto de la gente? ¿En eso consiste la identidad cristiana?
Reflexionando bien, creo que un no cristiano o un pagano lo hacen
mejor, si es consciente. Con ello no
quiero minusvalorar y desconsiderar la sinceridad y el compromiso auténtico de
algunos cristianos. Éstos me animan mucho, me fascinan. En medio de esta realidad compleja puedo
decir, quizás subjetivamente, que amar
y buscar a Dios no es una forma de adquirir bienes y poderes que nos
libren de todo mal por medio de doctrinas y filosofías concebidas por la mente
humana; no es preparar altares y ritos complicados para pedirle a Dios salud y
riquezas con ofrendas de algo que no es nuestro, sino que nos ha sido dado por
Él; no es una licencia para continuamente cometer errores para luego
arrepentirnos esperando ser perdonados para ser liberados de los cargos de
conciencia; no es el medio apropiado para justificar cualquier abuso o
imposición alegando que es para el bien de Dios; no es una excusa para inculpar
a los demás por que no hacen lo que queremos.
Amar y buscar a Dios
es la única
forma de alcanzar nuestro mejor sentimiento amando todo lo creado por Dios; es
el medio más seguro de aprender cómo lograr el amor entre los hombres y la paz universal;
es la única vía para alcanzar el amor y la verdadera imagen del hombre como
criatura divina; es el arma más poderosa para vencer la envidia, el egoísmo, la
indiferencia y el odio entre los hombres y aprender a ser hermanos "sin
distingos" en el Espíritu Santo de Dios; es una visión del mundo donde
comprendemos que Dios es perfecto y que todo cuanto ocurre es perfecto y no lo
cuestionamos, sino que aceptamos y aprendemos todo aquello que Dios nos asigna
como enseñanza, sea agradable o doloroso, practicando y haciendo nuestro su Voluntad.