Cuando nos toca pasar por lo difícil de los problemas se hará evidente si hemos tenido un buen mantenimiento de la luz en nuestro corazón: ¡mantén encendido la luz! "Que tu luz no pierda la intensidad... sé una luz para los otros".
Un señor cuyo trabajo era cuidar el faro de la costa en una zona de tormentas, normalmente hacía su trabajo bien. Pero luego, cuando empezó a escasear el aceite en el pueblo algunos ciudadanos llegaron a pedirle un poco de aceite al cuidador. El faro se mantenía encendido con aceite. El señor dio, dio y dio aceite...
Se acercaba una tormenta, los barcos que pasaban cerca podían ver el faro encendido en la costa y de repente se apagó. Había dado tanto aceite al punto de perder su propia luz y no ser capaz de evitar tragedias en el mar.
No es que sea malo dar, la Biblia dice que demos y nos será dado a nosotros aún más. Pero cuando damos a costa de perder el propósito que Dios tiene para nosotros, nos hace daño. Tal vez eres una madre o padre, que da y da a sus hijos, y has fallado en enseñarles a buscar sus propios recursos, o a ayudarte en casa poniendo responsabilidad sobre ellos, llegará el momento cuando necesites aceite para alumbrar con intensidad y quizás ya no hallarás, tu cuerpo desfallece por haber dado aún más allá de tus fuerzas. O eres un miembro de familia que ha tomado la carga de todos.
Tal vez eres de esas personas que quieren ayudar al 100% y estar en todo, en la iglesia, en la comunidad, en tu familia. Alguno de estos grupos va a sufrir cuando ya no tengas luz, probablemente, tu familia. Establece tus prioridades, nutre tu vida, atiende tu salud física y espiritual y estarás listo para dar tu luz con intensidad a otros. En la Biblia se nos dice: “Cada uno llevará su propia carga” (Gal. 6,5). Alumbra con intensidad y podrás alumbrar a otros.