¿Renuncia del Papa? ... Ejemplo de humildad y desprendimiento



Mientras unos especulan otras razones en la renuncia del Papa, prefiero mostrar mi agradecimiento a Benedicto XVI por todo lo que ha hecho por la Iglesia y por la humanidad.  Admiro su valentía, humildad y sabiduría mostrado en su pontificado y expresado en su discurso último de dimisión: “Queridos hermanos… después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando”. 

La decisión del santo Padre no es huida a la responsabilidad, sino consciencia sana de que el servicio a la Iglesia y el anuncio del Evangelio en la actualidad -en calidad de Pastor y Maestro- implican mente lúcida,  vigor corporal y espiritual. En palabras del santo Padre: “…en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado…”. 

Gracias santo Padre, Benedicto XVI, por decir muchas cosas importantes en breves palabras a aquellos que ejercen alguna autoridad o servicio en la Iglesia y en el mundo: No sois dueños de nada ni de nadie sino servidores; no sois dioses sino colaboradores de Dios; no sois mejores por el cargo que ejercen sino por la humildad y sencillez de vida; no sois defensores de doctrinas y fórmulas sino del Evangelio. No sois constructores de una Iglesia corrupta y opresora sino del Reino de Dios. No sois destructores de la vida sino defensores de ella. No sois hijos de las tinieblas sino de la luz (Cf. Mt 5,15-16). No actúen por capricho, fama o soberbia sino por caridad y animado por el Espíritu renovador de Dios (Cf. Filp 2,3). Toda nuestra vida y obra ha de ajustarse al querer y obrar de Dios (Cf. Filp 2,13).  Seamos imitadores de Cristo (Cf. Ef 5,1; 1Cor 11,1; Filp 3,17), quien siendo rico “se abajo” por amor a los hombres y se puso al servicio de todos, principalmente de los pobres. En síntesis: “Dejemos a Dios que actúe en nuestras vidas y en la Iglesia conforme a su bondad y querer”. 

Con Benedicto XVI confiamos la Iglesia al cuidado de Jesucristo, la intercesión materna de María y la asistencia plena del Espíritu Santo. 


¡Benedicto XVI estamos contigo y te recordaremos con cariño y orgullo!